Querer conciliar el camino ancho y fácil de nuestra propia voluntad y el camino estrecho de la obediencia al Señor es tener un andar tortuoso que terminará en una caída cierta (v. 18). La meta que un hombre persigue, sea la de enriquecerse (v. 20) o simplemente la de obtener un pedazo de pan (v. 21), es para él la ocasión (y la excusa) para cometer muchas transgresiones. Se oye decir: «El fin justifica los medios». ¡Qué contraste con el Hombre perfecto! En el desierto, Él rechazó la sugestión del Tentador de que se procurara pan de otro modo que no era recibiéndolo de su Padre.
Los versículos 22 a 27 muestran que la prudencia de los hombres acaban en cálculos equivocados en distintos campos: parece más hábil lisonjear al prójimo que reprenderle, si se quiere ganar su favor. Sin embargo, más tarde resultará lo inverso (v. 23). Antes de dar a los demás, el «buen sentido» manda asegurarse de que a uno mismo no le faltará nada. ¡Algunos llegarán hasta a hablar de «caridad bien entendida»! Pero la promesa del versículo 27 hace depender nuestro bienestar de nuestra generosidad. Dios se compromete a subvenir a las necesidades de los que así hayan dado una prueba a la vez de amor y de confianza en Él (Salmo 41:1-3).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"