“No hay ninguno –afirma Jesús a sus discípulos– que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o tierras, por causa de mí… que no reciba cien veces más ahora en este tiempo…” (Marcos 10:29-30; véase también Hebreos 6:10). Rut no se había equivocado al hacer su elección. Por eso, no perdió su recompensa. Booz, quien había pedido para ella la bendición del Señor, diciendo:
Jehová recompense tu obra y tu remuneración sea cumplida
(cap. 2:12),
va a ser él mismo el premio que recompensará su fe.
Ocurre lo mismo con el Señor Jesús respecto a los suyos. “Lo he perdido todo –escribe el apóstol– para ganar…” ¿qué? ¿una recompensa? No; “para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8).
Pero primeramente es necesaria una cosa. Rut debe ser redimida. Sin demora, Booz se ocupa del asunto ya que el más cercano pariente, pese a su deseo, no lo podía hacer (v. 6). Este nos hace pensar en la ley y en su incapacidad para salvar a los hombres o introducirlos en las bendiciones de Dios. En Booz, por el contrario, tenemos la divina gracia. Cuando ya no queda otro recurso, ella se revela en la persona de Jesús el Redentor, es decir, el que redime mediante pago.
“Con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"