La hermosa restauración de Israel, anunciada en la primera parte del capítulo, será precedida por amargas lágrimas. Se ve al afligido pueblo bajo la figura de Raquel, la mujer de Jacob, llorando a sus desaparecidos hijos. (Como ocurre a menudo en la Escritura, este v. 15 se vio parcialmente cumplido con motivo de la masacre de los niños de Belén: Mateo 2:18). Pero para ese pueblo se tratará de una tristeza “según Dios”, la que “produce arrepentimiento para salvación” (2 Corintios 7:10). Los versículos 18 a 20 nos muestran que Dios entiende muy bien la expresión de semejante tristeza. Escuchemos cómo Efraín cuenta su historia. La divina corrección fue saludable; produjo su conversión, acompañada por un verdadero arrepentimiento. El conocimiento de sí mismo lo cubrió de vergüenza y confusión. Condena su juventud culpable e indómita. ¿Cada uno de nosotros puede hacer el mismo relato? Entonces, escuchemos igualmente cómo Dios se complace en llamarnos “hijo precioso… niño en quien me deleito”. En seguida nuestra confesión encuentra un testimonio personal e íntimo del amor eterno, así como los recursos que lo acompañan: “Satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda alma entristecida” (v. 25).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"