El que guarda su boca guarda su alma
(cap. 13:3).
Entonces no nos extrañemos de hallar en los Proverbios tantas recomendaciones a propósito del empleo de la lengua. En el versículo 17 se trata de la verdad. Un hijo de Dios debería ser conocido por decirla siempre, cueste lo que le costare (Efesios 4:25). El labio veraz (v. 19) es lo contrario de los labios mentirosos, los que “son abominación a Jehová” (v. 22).
El versículo 25 nos sugiere otro uso para nuestra lengua: alegrar por medio de una buena palabra a aquellos cuyo corazón está abatido. La buena palabra por excelencia, ¿no es la buena nueva, el Evangelio? Por ella podré mostrar el camino a mi prójimo (v. 26).
¡Mostrar el camino es mostrar a Jesús (Juan 14:6) mediante mis palabras y sobre todo mediante mis obras! Él era ese Hijo sabio, quien escuchaba la instrucción del Padre (cap. 13:1; Juan 8:49).
Aquí volvemos a encontrar al perezoso con su opuesto: el diligente (v. 24, 27; cap. 13:4). Al dejar sin asar “lo que ha cazado” (v. 27), el perezoso se priva de alimento. Acordémonos de que un esfuerzo personal es indispensable para retener y asimilar las verdades bíblicas que hemos podido leer u oír (tomar notas y volver a leerlas, memorizar versículos, etc.). No seamos “tardos para oír” (Hebreos 5:11).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"