El Verbo, quien era en el principio “con Dios”, quien “era Dios”, descendió para hablar a los hombres y traerles la revelación del Padre (tema del evangelio de Juan). Así ocurrió con la Sabiduría. No se quedó al lado de Jehová. Edificó su casa entre los hombres (Juan 1:14) y los invita: “Venid, comed… bebed…” (comp. Juan 6:5). Primero sacia, luego instruye. Jesús llena el corazón antes de surtir la mente y la memoria. Si el amor por Él no precede al conocimiento de “sus mandamientos”, no seremos capaces de guardarlos.
Además, la instrucción de la sabiduría debe empezar por su principio, el cual es el temor de Jehová (v. 10): es el sentimiento de la autoridad de aquel que dispensa la enseñanza. Uno se mantiene con respeto ante Dios al medir la importancia de cada una de sus palabras. No deberíamos leer la Biblia de otra manera.
En el mundo, otra voz procura apartar a los hombres: ¡la de la locura (y del pecado)! Ella toma la apariencia de la Sabiduría (comp. v. 4, 16) y nos ofrece “gozar de los deleites temporales del pecado” (Hebreos 11:25). Pero miremos más de cerca el rostro de sus invitados: están muertos. En su siniestro festín, los difuntos están sentados a la mesa. (v. 18; cap. 2:18-19).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"