Este capítulo ilustra, de la manera más solemne, el peligro que la mujer ajena hace correr al joven hijo de la Sabiduría. Se trata de una verdadera caza del alma (comp. 6:26). Esa mujer impura, alborotadora y sin discreción está al acecho. Encubre sus perversas intenciones bajo apariencias religiosas (v. 14). Va, viene y acecha su presa con la complicidad de la noche. Sus armas: palabras melifluas y parpadeos (cap. 2:16; 5:3; 6:25). Su víctima: un joven liviano, entregado al ocio, vencido de antemano porque no tiene voluntad y es dominado por sus sentidos.
La escena se nos representa fácilmente: inconsciente, necio, “al punto se marchó tras ella”. La trampa del cazador de pájaros –es decir, Satanás– en seguida se cerró (v. 23; Salmo 91:3). Demasiado tarde: ¡a qué precio fueron pagados los placeres de un momento! Porque “es contra su vida” y él no lo sabía. Jóvenes creyentes que fueron advertidos, ustedes son más responsables todavía. Pero también saben dónde hallar el recurso en la tentación:
¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu plabra
(Salmo 119:9).
Mediten ustedes el ejemplo de José y su firme respuesta en Génesis 39:9. Y, en la hora del peligro, clamen a aquel que siempre “es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"