Desde el principio del libro, inmediatamente después del temor de Jehová se le recuerda al joven creyente un primerísimo deber: escuchar a sus padres y obedecerles (cap. 1:8-9). Los versículos 20 a 22 vuelven sobre este importante tema para dar a la enseñanza del padre y de la madre el mismo lugar que el que Deuteronomio 11:18-19 atribuye a las palabras de Dios mismo (véase también Proverbios 23:22). Obedecer a sus padres es, pues, obedecer a Dios, cosa no solo “justa” (Efesios 6:1) sino también que “agrada al Señor” (Colosenses 3:20). ¡Es de desear que esa obediencia sea visible en las casas cristianas, tanto más cuanto que ella declina mucho en el mundo actual! (2 Timoteo 3:2). A la influencia del hogar familiar se opone una vez más la de la mujer extraña, la que personifica al pecado (cap. 2:16; 5:3, 20; luego cap. 7:5). No nos extrañemos de esas repetidas exhortaciones a estar alerta. Por experiencia sabemos que las tentaciones se renuevan. Serán más apremiantes en la medida en que encuentren en nuestros pensamientos o en nuestras costumbres una impureza no juzgada.
También la pereza abre mucho las puertas de la codicia carnal, como nos lo enseña la historia de David y su horrible pecado (2 Samuel 11).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"