Son para ti, joven amigo creyente, estas palabras llenas de amor de tu Padre celestial: “Hijo mío, no te olvides…”. Esta expresión “mi hijo” se halla repetida catorce veces en los capítulos 1 a 7. El apóstol, al citarles a los hebreos los versículos 11 y 12, se verá obligado a decirles: “Habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige”. Pesemos bien, pues, las advertencias de estos capítulos recordando quién nos las dirige (Hebreos 12:5, 25).
La bondad y la verdad son inseparables. Corresponden a la naturaleza de ese Dios de amor y de luz del cual somos hijos. Guardémoslas en nuestros corazones (v. 3).
Así como nos lo mostró el capítulo 2, mediante la oración ha de buscarse una inteligencia, aquella mediante la cual el Espíritu Santo nos hace entrar en los pensamientos de Dios. Bienaventurado el que la obtiene (v. 13). En cambio, existe otra de la cual tengo que desconfiar: mi propia inteligencia (v.5). No puedo, al mismo tiempo, apoyarme en ella y confiarme a Dios de todo corazón ni seguir a la vez mis razonamientos… y las directivas de lo alto. “No seáis sabios en vuestra propia opinión” recomienda Romanos 12:16 al retomar nuestro versículo 7.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"