Estos capítulos nos llevan al comienzo de la historia de Israel en el libro del Éxodo. Dios había formado y separado ese pueblo para sí mismo (cap. 43:21; 44:2). Ellos le pertenecían y Él a ellos (v. 5). Él les había dado la ley que empezaba así: “Yo soy el Señor tu Dios… No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen… No te inclinarás a ellas, ni las honrarás…” (Éxodo 20:1-5). Por la historia del pueblo sabemos hasta qué punto estos mandamientos fueron transgredidos. Mas los ídolos no son el pecado exclusivo de Israel, ni tampoco patrimonio solo de los pueblos paganos (1 Corintios 10:14). Al hacer el inventario de los objetos que poseemos –y el de nuestros pensamientos secretos– tal vez encontremos más de un ídolo sólidamente instalado. ¡Pues bien! es por esta razón que, tan a menudo, el Espíritu de Dios es entristecido y la bendición frustrada (comp. v. 3).
Meditemos todavía las dos últimas expresiones de nuestra lectura respecto del ídolo. Está hecho “a semejanza de hombre hermoso” (comp. cap. 1:6). El ser humano se complace de sí mismo, honrando y sirviendo a las cosas creadas más bien que al que las creó (Romanos 1:25). En segundo lugar, el ídolo está hecho “para tenerlo en casa” (v. 13). Velemos muy de cerca sobre nuestro corazón, este lugar oculto de Deuteronomio 27:15, pero también sobre nuestra casa.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"