Considere el lector los magníficos nombres que Dios se da en los versículos 11 a 15: “Yo Jehová… yo soy Dios… Redentor vuestro… Santo vuestro, Creador de Israel, vuestro Rey… fuera de mí no hay quien salve”.
En ningún otro hay salvación repetirá el apóstol Pedro
(comp. Hechos 4:12).
Pero la vida cristiana no se limita a la salvación. Dios tiene derechos sobre nosotros como sobre su pueblo terrenal: “Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará” (v. 21). Israel no reconoció esos derechos (v. 22). Pero, por desdicha, en la cristiandad actual la importancia de la alabanza y el culto está igualmente mal conocida.
“Por amor de mí mismo”: es también a causa de sí mismo que Dios borra las transgresiones. Su gloria exige nuestra santidad. Provee a esto personalmente, aunque Él sea el Dios ofendido: “Yo –dice–, yo soy el que borro tus rebeliones”. No solo las quita, sino que de todos nuestros pecados, incluso los más horrorosos, nos enteramos que Dios no se acuerda más. ¡Qué gracia! Empero, Él agrega: “Hazme recordar… habla tú…”. A nosotros, descendientes de Adán pecador, Dios nos encarga el cuidado de confesar nuestro estado, nuestras propias faltas… y al mismo tiempo de recordar la obra cumplida para expiarlos. ¿No es justamente esto “publicar sus alabanzas”?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"