Introducción
Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
(Efesios 2:8-10).
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Estas palabras, que salieron de la boca del mismo Señor Jesucristo, son mencionadas en el evangelio según Juan, capítulo 3 versículo 16. Según ellas, los que creen en el Hijo de Dios son salvos, como también nos lo dice la primera epístola de Juan: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (cap. 5:13).
Pero el diablo, Satanás, el enemigo de Dios y del hombre, confunde a las almas por medio de falsas doctrinas que propaga en el mundo, con la intención de persuadirnos de que no somos salvos por la fe, sino por medio de las obras. Es, pues, muy importante aclarar el punto a la luz de las Sagradas Escrituras, para que se sepa con toda certeza que la salvación se consigue por la fe, sin obras de la ley, como muy bien nos lo dice el apóstol Pablo en su epístola a los Romanos (cap. 3:28). Con el fin de mostrar el fundamento de esta seguridad examinaremos la cuestión en las siguientes líneas.
La teoría de la salvación por medio de las obras agrada al ser humano porque en ella encuentra un elemento para gloriarse, creyéndose capaz de lograr por sí mismo su salvación. Recibir la salvación como un don de Dios humilla a los hombres que quieren adquirirla y no recibirla gratuitamente. Por tal razón tantas almas se privan de la salvación que se efectuó completamente en la cruz del Calvario, la cual ahora Dios ofrece, gratuitamente, a todo aquel que cree en Él.
Para justificar las falsas enseñanzas de la salvación por medio de las obras, se ha buscado oponer unos a otros varios pasajes de las Sagradas Escrituras, especialmente los del apóstol Pablo a los de Santiago. ¡Cómo si el Espíritu Santo que guio la pluma de ambos siervos pudiera contradecirse a sí mismo!