El socorro divino
A medida que hicimos el examen de las diversas tentaciones, destacamos los recursos divinos para hacerles frente. Considerémoslos una vez más a fin de estar mejor preparados para enfrentar las pruebas en la carrera cristiana.
En las tentaciones exteriores
En primer lugar nos son presentadas la simpatía del Señor y su intercesión. Hebreos 2:17-18 nos dice: “Debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere… Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. Esta comprensión del Señor para con los suyos no es una consecuencia de su poder divino, sino que resulta de la vida que él mismo asumió en la tierra, soportando las flaquezas, las limitaciones y las debilidades inherentes a la naturaleza humana. Conoció la sed, el hambre, el cansancio; la oposición y el odio; la soledad y las incomprensiones de los suyos. Sufrió al ser tentado; por esto es capaz de socorrer a los que son tentados. Conoció el sufrimiento de vivir en un mundo manchado y hostil. Por supuesto, no existía en él la mala naturaleza, la concupiscencia. Las tentaciones no hallaron en él ningún incentivo. Puede “compadecerse de nuestras debilidades”, porque “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Él experimentó, pues, el sufrimiento.
Más aún, porque resucitó y fue constituido sacerdote en el cielo “según el poder de una vida indestructible… puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:16, 25). Esta intercesión del Señor está continuamente a nuestra disposición, y él espera que nos acerquemos a Dios por medio de él.
Tenemos también su ejemplo para alentarnos: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:3). Aprendamos a ver (1 Juan 1:1) al Señor Jesús por medio de las páginas de los evangelios; su marcha, su firmeza, su paciencia nos fortalecerán cuando tengamos tendencia a desanimarnos.
Como el salmista, sepamos pensar en él: “Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová. Jehová lo guardará, y le dará vida; será bienaventurado en la tierra… Jehová lo sustentará sobre el lecho del dolor; mullirás toda su cama en su enfermedad” (Salmo 41:1-3). ¡Consideremos al que se despojó1 a sí mismo, al que se hizo pobre para que, con su pobreza, fuésemos enriquecidos! Mientras nos rodean las pruebas y tentaciones de la vida, ¡qué aliento es pensar en Aquel que, en profunda humildad, siguió su solitario camino en este mundo! Los evangelios nos presentan un cuadro sin igual de los variados acontecimientos de su vida y, a la vez, nos dan a conocer su corazón, de donde brotaron todos sus hechos.
Entonces podremos ejercitarnos en la paciencia, tan a menudo subrayada en la epístola de Santiago. Pediremos la “sabiduría” (Santiago 1:5), que nos ayudará a discernir el propósito de la prueba, las lecciones que el Señor quiere enseñarnos mediante las circunstancias permitidas por él, y cómo debemos comportarnos. En respuesta a la oración “Dios… da a todos abundantemente y sin reproche”.
- 1Literalmente, se vació, no de su divinidad sino de su gloria.
En las tentaciones interiores
Como ya fue subrayado, lo esencial es huir de las pasiones juveniles, de la fornicación y la idolatría. Cuando malos ejemplos pudieran arrastrarnos, “a estos evita” (2 Timoteo 3:5). En este ámbito es necesario cuidarnos particularmente de las relaciones que pudieran degenerar y ponernos en peligro de caer, deshonrando así al Señor. Las amistades en Cristo son un precioso recurso en el camino de la fe. El peligro se halla en las camaraderías y en los contactos que llegan a ser más íntimos; terminan por arrastrarnos hacia el mundo o hacia la corrupción.
En Colosenses 3:5 hemos visto el sentido de «hacer morir» (necrosis) en relación con los deseos de la carne. Si acaso una persona del mundo busca atraernos, acordémonos de Proverbios 6:25: “No codicies su hermosura en tu corazón, ni ella te prenda con sus ojos”. Tan pronto como uno se da cuenta de ello, es necesario que corte drásticamente. En cuanto a los puntos débiles de nuestro carácter, lo que debemos hacer es combatirlos con energía: “Dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca” (Colosenses 3:8).
Proverbios 28:13 nos dice: El que confiesa sus pecados “y se aparta alcanzará misericordia”. No es una energía carnal o legalista, sino la determinación del corazón que desea agradar al Señor. Todo esto implica una disciplina personal en la carrera cristiana: “Corred de tal manera que” obtengáis el premio, dice el apóstol a los Corintios (1 Corintios 9:24). Si se quiere luchar, hace falta ser “templado en todas las cosas” (v. 25, V. M.) para recibir una corona. Y el apóstol agrega: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (v. 27). Lo que quería decir, no lo sabemos exactamente. Otros pasajes dan a entender que se trata de la sobriedad, o dominio de sí mismo; no dejarse llevar por todos sus impulsos, por su pereza o por sus deseos carnales, sino saber sujetar su cuerpo.
El apóstol confió a Tito varias exhortaciones apropiadas para las diversas clases de personas que encontraba en Creta: los ancianos, las ancianas y las mujeres jóvenes. Para los jóvenes, bastaba una sola exhortación: “Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes” (o sobrios según otras versiones; Tito 2:6). No se trata de legalismo, condenado en Colosenses 2 con las siguientes palabras: “¿Por qué… os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques?” (v. 20-21). Más bien es preciso que nuestra muerte con Cristo y nuestra resurrección con él sean una realidad. Lo único que importa es cultivar la nueva vida. Tampoco hay méritos al practicar la sobriedad. Ella solo puede realizarse si se anda en el Espíritu, según Gálatas 5:16-23, donde la templanza (o sobriedad) aparece como la virtud que completa el fruto del Espíritu.
La confesión de nuestras faltas a Dios es indispensable para que seamos perdonados y limpiados (1 Juan 1:9). Reconocer nuestros errores ante los hermanos a quienes hemos lastimado restablece las relaciones fraternales. También es una salvaguardia para más tarde. Asimismo, la recíproca confesión descrita en Santiago 5:16 y las oraciones que se derivan de ello, son un poderoso medio educativo para preservarnos de las recaídas.
El oportuno socorro
El socorro divino está constantemente a nuestra disposición. No es intermitente ni parcial.
“Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe” (1 Pedro 1:5). El poder de Dios está siempre presente para preservarnos de las caídas. La fe debe ejercitarse para apoyarse en este poder, asirlo y contar con él. Al final de su larga y dolorosa experiencia, Job pudo decir con gratitud: “Yo sé que tú lo puedes todo, y que no puede estorbarse ningún propósito tuyo” (Job 42:2, V. M.) La mano del Señor siempre está pronta a socorrernos, mano fiel que “al momento” se extendió hacia Pedro cuando se hundía en las aguas a causa de su falta de fe (Mateo 14:31). “Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba” (Salmo 94:18).
“Fiel es Dios… que dará también juntamente con la tentación la salida” (1 Corintios 10:13). Siempre podemos contar con su gracia y su fidelidad. El ejemplo de los israelitas caídos en el desierto nos lleva a temer que alguno de nosotros parezca no haber alcanzado el reposo (Hebreos 4:1). Pero nos son dados tres recursos sin los cuales nadie llegaría a la meta:
1. La Palabra de Dios (v. 12)
2. La intercesión de Cristo (v. 14-15)
3. El trono de la gracia (v. 16).
El camino ha sido abierto, el velo rasgado y el acceso al santuario está libre, por lo que tenemos la palabra “acerquémonos”. Acercarse con confianza, con la convicción de encontrar la gracia de Dios; no solo para el “oportuno socorro” sino primeramente “para alcanzar misericordia” (v. 16), esa misericordia que tanto necesitamos durante toda nuestra carrera.
El socorro fraternal
Para guardarnos o levantarnos, Dios puede servirse del socorro fraternal. Gálatas 6:1 lo ilustra: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. Aquí se trata de una falta accidental que, si bien no requiere la disciplina de la asamblea según 1 Corintios 5, necesita una ayuda espiritual, el servicio de un hermano espiritual, para levantar a quien ha caído. Al que lo restaura, se le exhorta a considerarse a sí mismo, ya que él también podría ser tentado.
Job subraya: “El atribulado es consolado por su compañero” (Job 6:14). Misericordia para con el hermano desalentado, aquel cuyo pie resbala, para quien se halla implicado en circunstancias de las cuales le es imposible salir; misericordia y no juicio.
“Mejores son dos que uno” dice el Predicador (Eclesiastés 4:9). El amigo “levantará a su compañero”; en la pareja, se sentirá el recíproco afecto que da el sostén en los buenos y en los malos días. Y el Señor se acercará a los que así ha unido: “Cordón de tres dobleces no se rompe pronto” (cap. 4:12).
He aquí una última advertencia: “El que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). La pretensión y la presunción llevan a la caída.
Un recurso permanece: “Por la fe estáis firmes” (2 Corintios 1:24). Esta fe que cuenta con el poder de Dios se acerca a él con confianza y sabe solicitar su socorro y su gracia.
Finalmente, una seguridad: “Poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (Romanos 14:4). Él “es poderoso para guardaros sin caída” (Judas 24).
Versículos para memorizar
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación”.
Santiago 1:12
“Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.
1 Corintios 10:13
“No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
Hebreos 4:15-16
“Tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”.
Efesios 6:16
“Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe”.
1 Pedro 1:5
“Poderoso es el Señor para hacerle estar firme”.
Romanos 14:4
El “es poderoso para guardaros sin caída”.
Judas 24
“El que me oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal”.
Proverbios 1:33