Las tentaciones exteriores
Estas vienen de afuera y buscan hacernos caer; también ponen la fe a prueba para manifestar la realidad de ella. En nosotros, semejantes tentaciones pueden excitar la codicia, esta respuesta de un corazón malvado que encuentra su satisfacción en el mal, o, por el contrario, encontrar la fe que cuenta con Dios y que libera.
La oposición
La oposición proviene del odio de los hombres conducidos por Satanás: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros… porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece… Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:18-20). En los primeros siglos de la Iglesia, como a menudo en el curso de su historia, la persecución se ha encarnizado contra los creyentes, constituyéndose en el “fuego de prueba que os ha sobrevenido” (1 Pedro 4:12). Cuando el ángel escribe a Esmirna, subraya: “Tendréis tribulación por diez días” (Apocalipsis 2:10).
Esta oposición puede tomar la forma de burlas, de calumnias (1 Pedro 2:12), o de situaciones de desventaja que a veces un creyente tiene que soportar en su empleo. También puede presentarse por medio de los obstáculos que Satanás suscita en el camino y en el servicio para el Señor (1 Tesalonicenses 2:18).
La Palabra contiene numerosos ejemplos de esta oposición más o menos violenta. Los tres jóvenes hebreos que rehúsan adorar la estatua son echados en el horno de fuego ardiendo (Daniel 3). Juan el Bautista es encarcelado y luego decapitado (Marcos 6:14-29). Jeremías, el profeta, soporta toda clase de afrentas y malos tratos (Jeremías 26, 37, 38, etc.). Unos fueron liberados, “otros fueron atormentados, no aceptando el rescate”. Otros, en fin, fueron llamados a permanecer fieles “hasta la muerte” (Hebreos 11:33-38).
En la parábola del sembrador, las semillas caídas en el terreno cubierto de piedras representan a los hombres que reciben la Palabra con gozo, pero, al no tener raíces, sucumben cuando llega la tribulación o la persecución a causa de la Palabra (Mateo 13:20-21).
El mismo Señor Jesús conoció semejantes tentaciones: por parte del enemigo –Satanás–, fuese en el desierto, fuese en Getsemaní; por parte de los fariseos y otros jefes del pueblo. A lo largo de Su vida él “sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo” (Hebreos 12:3).
Ante semejante oposición, el creyente es llamado a resistir (1 Pedro 5:9), a ser fiel (Apocalipsis 2:10). Solo conseguirá esta fiel resistencia por el poder de Dios que obra en él. Cualquiera sea la medida de la persecución, y en respuesta a la fe, Dios dará la salida al otorgar la fuerza para permanecer firme (1 Corintios 10:13).
Las preocupaciones
Las circunstancias exteriores, y aún más la incertidumbre del porvenir, provocan en nosotros las preocupaciones, el miedo y la angustia. Nuestra falta de confianza es la causa de ello.
El Señor Jesús exhorta a los suyos: “No os afanéis por vuestra vida” (Mateo 6:25). El apóstol subraya: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios” (Filipenses 4:6). El salmista hizo la feliz experiencia de que “en la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma” (Salmo 94:19). Por encima de todo, debemos:
1. Acordarnos de que tenemos un Padre. Esta afirmación se repite siete veces en Mateo 6.
2. Volver sin cesar a las promesas de la Palabra y fijarlas por medio de la memoria en el espíritu, a fin de tenerlas a nuestra disposición cuando surja la inquietud.
3. Aprender a echar nuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de nosotros (1 Pedro 5:7).
En la parábola del sembrador tenemos también la ilustración del efecto de semejantes preocupaciones: “Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Marcos 4:18-19). Sin duda, a las preocupaciones se mezclan los deseos; sin embargo, aquellas también surten efecto para ahogar la Palabra e impedir que produzca fruto. Si nuestro espíritu está constantemente inquieto por el porvenir, preocupado por las circunstancias y las dificultades, se aleja de Dios.
“Encomienda a Jehová tu camino, –dice el salmista– y confía en él; y él hará… Guarda silencio ante Jehová, y espera en él…” (Salmo 37:5-7).
Las tentaciones intelectuales
Entre “los dardos de fuego del maligno”, de los que habla el apóstol en Efesios 6:16, se pueden incluir también esas flechas que el diablo lanza para infundir la duda en nuestro espíritu. Él ya había insinuado a Eva: “¿Conque Dios os ha dicho…?” (Génesis 3:1). Satanás lanza sus “dardos” de maneras diversas, mediante lecturas, estudios, conversaciones con personas mal aseguradas en la fe. La Palabra exhorta a huir de “las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe” (1 Timoteo 6:20-21). El apóstol agrega: “Desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas” (2 Timoteo 2:23).
En la parábola de la cizaña, el campo había sido bien sembrado. Pero “mientras dormían los hombres” vino el enemigo y sembró cizaña entre el trigo. Al principio no se notó. El trigo empezó a crecer. Después de algún tiempo “apareció también la cizaña” (Mateo 13:24-30). Diversas insinuaciones o dudas han penetrado en el espíritu. Al comienzo, no se ven los efectos. Se cree que no hay que darle importancia. Pero las semillas sembradas, un día producen su fruto. Entonces uno se extraña al ver cómo jóvenes que parecían apegados al Señor y fieles a su Palabra abandonan la enseñanza recibida: en un tiempo de sueño, el enemigo había sembrado la cizaña.
¿Qué remedios nos da Dios? Ante todo, “el escudo de la fe” (Efesios 6:16), esa fe que recibe la Palabra de Dios, sin deformarla ni acomodarla, porque procede de Él. Pablo dijo a Timoteo: “Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo” (2 Timoteo 2:7). Después de tantas experiencias que habían iluminado el fondo de su corazón, Job concluyó: “Tú me enseñarás” (cap. 42:4). Bien podemos imitar esta actitud del alma para con su Señor, frente a las tentaciones que la duda traiga a nuestro espíritu.
La puesta a prueba
“Si es necesario”, dice Pedro, se puede estar por un poco de tiempo afligido en diversas pruebas, para que la fe así sometida a prueba por el fuego, sea hallada “en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7). “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque, cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida” (Santiago 1:12). Otras veces, Dios permite la prueba, la tentación, para sacar a la luz los obstáculos que entorpecen la comunión con él. Lo permite a fin de que los juzguemos y gocemos nuevamente de la luz de su faz. Así obró Dios con Job, al permitir que Satanás lo probara, empleando aun a sus amigos para sacar a la luz la autosatisfacción que lo llenaba.
Semejantes “tentaciones” a veces toman forma de oposición, de persecución. Pueden proceder de circunstancias difíciles, como la enfermedad o el luto, los cuales conducirían al desaliento; de reveses o fracasos que llevarían a la rebelión; decepciones que acarrearían el desaliento (Jeremías 7:16); accidentes que detendrían al creyente en el servicio para el Señor. Tales pruebas pueden, al contrario, convertirse en alabanza si nos acercan a Dios y nos conducen a buscar cerca de él fuerza y ánimo. El alma renovada se halla así fortalecida para atravesar la tentación.
Los siervos tendrían que estar primeramente “sometidos a prueba” (1 Timoteo 3:10) antes de servir. Deberían demostrar que nada serio en su vida sería un estorbo para la tarea que Dios les confíe. En su soberanía, Él dispone de diversos medios para probar a sus siervos. Un tiempo que permita sacar a la luz el estado del corazón y el nivel espiritual es necesario antes de alistarse de lleno en un servicio para el Señor.