Compendio y división del Apocalipsis

Apocalipsis 2 – Apocalipsis 3

Segunda parte - Las cosas que son

Estas cosas existían ya en el tiempo de Juan y existen todavía. Dado que el Apocalipsis es un libro de juicio, la Iglesia responsable, la Iglesia de aquel entonces y la de hoy, debe entrar en su campo visual, puesto que su historia no concluyó aún. Se trata de mostrar que el juicio de Dios “comienza por su casa”, como también de despertar a los verdaderos creyentes que están en medio de este estado de cosas y alentarles, mediante promesas, hasta la victoria final.

En estos dos capítulos hallamos la historia de la Iglesia responsable en su desarrollo sucesivo, desde el abandono del primer amor. Nótese que no se menciona de ningún modo el período en que ella, cual Eva, salió de las manos de su Creador y Esposo, con su pureza y hermosura primitivas. El Espíritu de Dios la toma en el momento de su decadencia, el que siguió a su posición de origen divino, cuando su estado dependía, no de la gracia, sino de su responsabilidad. Se vuelve a encontrar el mismo principio en Sardis, en cuanto a lo que fue resultado de la Reforma. No es esta última obra la que se pone en tela de juicio, sino lo que resultó de ella cuando fue confiada a los cuidados del hombre y ya no tuvo más que “el nombre de que vive”.

Las siete iglesias

Las siete iglesias se dividen en dos grupos: uno de cuatro y otro de tres iglesias. Las cuatro primeras nos dan la historia completa de la cristiandad hasta la venida del Señor y el establecimiento de su reino, cuya administración la confiará a los fieles. Las bendiciones no se otorgan al conjunto, el que cae bajo el juicio, sino a la victoria personal: “Al que venciere”. Esta victoria consiste en resistir a la corriente del mal particular que lleva cada iglesia y en obrar contrariamente a ese mal, nadando contra la corriente. Notemos aquí dos detalles importantes:

1. En las tres primeras iglesias (Éfeso, Esmirna y Pérgamo) la exhortación a escuchar lo que el Espíritu dice a las asambleas se dirige todavía a la Iglesia como conjunto, aunque esa exhortación supone que no todos tendrán oídos para oír. La recompensa prometida a aquel que venciere sigue a esta exhortación y, por lo tanto, conserva todavía un carácter general. En la iglesia de Tiatira, por haberse formado un remanente en medio de la apostasía general (cap. 2:24), la exhortación a escuchar sigue a la recompensa prometida, en lugar de precederla. Esto significa que el galardón y la amonestación no son para el conjunto, sino para el remanente. Necesariamente es lo mismo para las tres últimas iglesias, las que no consideran más la totalidad cristiana, sino lo que se separó de ella.

2. En cada iglesia, el nombre que toma el Señor está en relación con el estado de la misma. La victoria es, pues, como lo hemos dicho, la contrapartida de ese estado y la recompensa está en relación con el nombre bajo el cual Cristo se revela a cada iglesia y con la victoria de aquel que ha oído lo que el Espíritu dice a las asambleas. Finalmente, el galardón consiste siempre en una comunión pública o privada con el Señor.

En las cuatro primeras iglesias, el Señor toma los ya conocidos caracteres bajo los cuales se manifestó en el primer capítulo. En las tres últimas, él se revela bajo nuevos caracteres, los que son como una nueva revelación de sí mismo al alma de los fieles. Las cuatro primeras iglesias nos presentan:

Éfeso, la Iglesia primitiva considerada en su decadencia, la que comenzó en el tiempo de los apóstoles y se acentuó inmediatamente después de ellos.

Esmirna, el período de las persecuciones, mediante las cuales el Señor procura detener esa decadencia y restaurar la Asamblea.

Pérgamo, el establecimiento (por Constantino) del trono de Satanás en la Iglesia. Los testigos fieles son perseguidos en medio de ella.

Tiatira, la forma romana de la Iglesia, la cual da y dará su carácter a la cristiandad hasta la venida del Señor: la falsa profetisa con su fornicación y su culto idólatra. Balaam (cap. 2:14), los Nicolaítas (cap. 2:6, 15) y Jezabel (cap. 2:20) tienen, en el fondo, el mismo carácter, pero Balaam ejerce su acción desde afuera –como lo hizo contra Israel (Números 22:5)–, mientras que los Nicolaítas crean una secta dentro y Jezabel es lo que caracteriza a la propia Iglesia. En este medio (y no en Tiatira propiamente dicha, sino en el estado de la Iglesia caracterizada por Tiatira) se forma un remanente bien definido como conjunto: “Los demás que están en Tiatira”.

Las tres últimas iglesias constituyen, según un orden simétrico que se repite a través de todo el Apocalipsis, un tema especial extraído del tema general; a diferencia de las cuatro primeras, no se suceden sino hasta una cierta medida son más bien coexistentes; constituyen en su origen el remanente mencionado en Tiatira, pero dos de ellas –Sardis y Laodicea– solo nos son presentadas como la corrupción de lo que en un momento determinado había sido establecido con poder por el Señor.

Sardis es el protestantismo muerto, producto de la Reforma.

Filadelfia, el despertar producido en medio de ese estado y que, sobre la base del amor fraternal –como su nombre lo indica–, guarda la palabra del Verdadero y no niega el nombre del Santo, aunque tenga poca fuerza exterior, flaqueza a la cual suple el Señor que tiene la fuerza, abriéndole él mismo la puerta del Evangelio. Esta iglesia agrupa a los santos fuera de la sinagoga de Satanás, en la común espera del retorno de Cristo. El Señor la reconoce y no le dirige ningún reproche. “Vencer”, para Filadelfia, significa retener lo que tiene: poca fuerza, Su Palabra, Su Nombre, Su espera. Todo despertar que presente este carácter pertenece a Filadelfia y subsistirá hasta la venida del Señor. Filadelfia tendrá una corona, será guardada de la hora de la prueba e introducida en la gloria. Sus bendiciones están indisolublemente ligadas a la gloria de Dios y de Cristo.

Laodicea es, en un sentido, el resultado de lo que el despertar de Filadelfia ha producido en la cristiandad profesante: una gran actividad exterior sin vida, sin corazón para el Señor, sin conocimiento de sí misma y enteramente basada en la energía del viejo hombre, por la cual cree poder adquirir las bendiciones divinas, cosa aborrecible para el Señor, quien la vomita de su boca. En esta situación esperará el juicio final que caerá sobre ella.