Decir mentiras

Distintos «métodos» empleados

Se miente de muchas maneras: al hablar, al callar, por gestos… ¡La astucia de nuestros corazones engañosos desgraciadamente no tiene límites! Veamos un poco cómo sucede esto en nuestra vida diaria. Se puede:

Decir conscientemente lo que es totalmente contrario a la verdad

Esta es la manera más descarada de decir mentiras, sin temor de Dios, sin escrúpulos y muchas veces por cobardía. Desgraciadamente, aun los creyentes pueden incurrir en esta falta. Solo basta pensar en Jacob quien tranquilamente y sin inmutarse dijo: “Yo soy Esaú”. Y hasta lo repitió cuando su padre dudó y le preguntó: “¿Eres tú mi hijo Esaú?” (Génesis 27:18-24). O pensemos en Pedro, quien afirmó tres veces: “No conozco a este hombre”, y comenzó a maldecir y a jurar (Marcos 14:66-72).

Pero las mentiras no siempre son tan evidentes. Éstas son unas muestras de nuestro repertorio:

  • «No tengo tiempo», cuando en realidad no tenemos ganas…
  • «No entendí esta tarea», cuando en realidad olvidamos hacerla…
  • «No lo sé», cuando en realidad tememos decir la verdad…

Callar parte de la verdad

Éste es un tema un poco más delicado. Claro, no es preciso decirlo todo a todos. Por ejemplo, Abraham no le comunicó a su hijo Isaac que unas horas más tarde lo iba a sacrificar. Aun cuando le preguntó: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?”, no le aclaró el asunto (Génesis 22:7-8). Y sin duda esto era lo absolutamente correcto. De la misma manera, no se le comunicarán hechos muy graves a una persona enferma o psíquicamente inestable.

Sin embargo, es muy diferente cuando conscientemente callamos una parte de la verdad con el propósito de engañar a otro. Luego nos justificamos a nosotros mismos, pensando: «¡En realidad no dije nada que no sea la verdad!». Desgraciadamente Abraham también nos da un ejemplo de este tipo de mentira. En dos ocasiones dijo que Sarai, su mujer, era su hermana (Génesis 12:11-13; 20:1-13). Esto era cierto, puesto que tenían el mismo padre. Pero calló conscientemente toda la verdad, porque si bien era cierto que ella era su hermana, también era su esposa. Lo mismo sucedió con la mujer samaritana en el pozo de Jacob (Juan 4). Dijo que no tenía marido –lo cual era cierto– pero guardó silencio en cuanto al hecho de que había tenido muchos maridos, para ocultar su mala reputación.

¡Medias verdades son mentiras enteras!

Ahí van otros ejemplos típicos de nuestra vida:

  • «El bus se atrasó». Sí, pero me había quedado dormido y perdí el bus que me permitía llegar a buena hora…
  • «Llegué tarde a casa porque después de clases tuve que ir a la biblioteca». Sí, es verdad, pero al salir me quedé charlando con un compañero…
  • «Desgraciadamente no encontré la foto que te había prometido». Sí, pero lamentablemente ni la busqué…

Presentar la verdad de manera torcida

Esto está estrechamente relacionado con el punto anterior. En el Salmo 50:19, la Biblia describe este tipo de mentira así: “Tu lengua componía engaño”. Sí, uno «compone» su frase para que no haya nada falso, pero para que en todo caso la otra persona la entienda mal. El término «embaucar» es muy apropiado en este caso: conscientemente se le deja creer a alguien una engañifa en vez de la verdad.

Veamos el caso que nos presenta la Biblia: Cuando Jacob le propuso a su tío Labán: “Yo te serviré siete años por Raquel tu hija menor”, aquel le contestó sencillamente: “Mejor es que te la dé a ti, y no que la dé a otro hombre; quédate conmigo” (Génesis 29:18-19). ¿Qué podía concluir Jacob de estas palabras? Seguramente no lo que Labán estaba pensando secretamente: «Primero le daré a Lea, la mayor, y solo después recibirá a Raquel. ¡Pero por ella tendrá que servirme siete años más!».

Unos ejemplos actuales:

  • –Leo regularmente la Biblia.
    –¡Qué bien!
    Sí, regularmente, o sea una vez al mes…
  • Exageración: Se cuenta cómo se desarrolló algún acontecimiento, pero para presentarlo de manera más interesante «se inventan» ciertos detalles suplementarios…
  •  Andar con equívocos: –¿Le contaste hoy a tu madre lo que estuvimos hablando?
    –No, ¿cómo puedes pensar esto?
    De hecho, lo hizo ayer…

Hablar otra cosa diferente a lo que se piensa o siente

En principio esto vale para todo lo que conscientemente se dice y que es contrario a la verdad. Sin embargo, aquí queremos recordar especialmente la hipocresía. Para los creyentes esto también es un peligro, de otra manera la Biblia no nos advertiría:

Desechando pues… todo engaño, hipocresía
1 Pedro 2:1).

Un versículo de los Proverbios ilustra muy bien cómo hay que entender esto: “El que compra dice: Malo es, malo es; mas cuando se aparta, se alaba” (cap. 20:14). Aquí, pues, se trata de menospreciar algo para obtener una ventaja personal, aunque uno esté convencido de lo contrario. Pero la hipocresía también funciona en el sentido contrario, es decir, cuando uno mismo se presenta, o presenta algo, mejor de lo que es. Esta forma de hipocresía, entre otras, era practicada por los fariseos en su hablar. Por ejemplo, aparentaban ser espirituales haciendo largas oraciones, pero estas no venían de su corazón (Marcos 12:40). La hipocresía ¿es también un problema para nosotros?

Cuando usamos este tipo de expresiones, también deberíamos reflexionar si las decimos siempre en serio:

  •  ¡Hoy te ves espléndida!
  • ¡Fue un placer!
  • ¡Me encanta que hayas llamado!
  • ¡Gracias. La comida está riquísima!

Desde luego, no hay que confundir la hipocresía con la ironía, cuando también se dice algo diferente a lo que se piensa. La diferencia es que el medio estilístico de la ironía no se usa para engañar a otros, sino al contrario, para hacer resaltar algo, pero por desgracia, una que otra vez de una manera ofensiva.

Comportarse de manera engañosa

Frecuentemente mentimos «sin palabras»; tan solo lo que hacemos puede significar una mentira o hipocresía. Preguntémonos si nuestras acciones, nuestros gestos, la expresión de nuestra cara siempre expresan realmente lo que hay en nuestro corazón.

Ananías y Safira son un triste ejemplo (Hechos 5:1-11). Habían vendido un campo (el cual habían heredado) y apartaron una parte del precio para su propio uso. Ananías llevó el resto a los apóstoles. Es notable que la Biblia no menciona que haya dicho algo al entregarlo. Sin embargo, Pedro le acusa con razón de haber mentido a Dios (v. 3). ¿Por qué? Seguramente se sabía que habían vendido el campo y así todos pensaban: «Ananías trae todo el dinero a los apóstoles; ¡qué hermoso!». ¡Eso era precisamente lo que él deseaba! En el caso de su esposa fue distinto. Pedro le preguntó claramente acerca del caso y ella mintió con sus palabras.

Otros ejemplos son David, cuando se fingió loco entre los filisteos (1 Samuel 21:12-15), y Judas Iscariote que traicionó al Señor Jesús con un beso. Aunque nunca hiciéramos semejantes cosas, ¿a veces no nos hacemos los tontos, para evitar algún fastidio o trabajo? ¿En ocasiones no somos exageradamente amables para lograr alguna meta egoísta?

Y, ¿qué de las siguientes situaciones?

  • Nos asignan una tarea e inmediatamente nos ponemos a trabajar con afán. Pero apenas no nos miran, el afán desaparece.
  • Una ojeada al examen del vecino, y presento la solución al problema como si fuera mía.
  • Una cara más triste al ver la falta o la desgracia de otro, pero mi corazón abriga un gozo maligno.

Engañarse a sí mismo

Se dice que esta es la forma de mentira más frecuente.

La Biblia también habla del engaño de sí mismo. ¿No nos dan que pensar los siguientes versículos?

  • “El que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña” (Gálatas 6:3).
  • “Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio” (1 Corintios 3:18).
  • “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22).
  • “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8).

Los científicos incluyen en este tipo de mentira la característica humana de reprimir los problemas que parecen invencibles. Dicen que sin este «mecanismo de protección» los hombres caerían en depresión permanente.

Como cristianos debemos ver esto de una manera diferente, no reprimiendo nuestros problemas, sino haciendo como los hijos de Coré: “Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente” (Salmo 84:6). Tomamos en serio nuestros problemas, pero los descargamos en Dios, y así le damos motivos para mostrarnos su gracia y ayudarnos. Entonces, cuando echamos nuestros afanes sobre Dios, no nos engañamos a nosotros mismos, sino que ¡es un acto de fe!