Introducción
El tema de mi meditación en estas páginas es la gloria moral del Señor Jesús o, según nuestro modo de hablar, el carácter de nuestro Señor. En él todo subía a Dios como sacrificio de olor grato. Cualquiera de las expresiones de lo que él era, aun la menor, y cualquiera fuese la circunstancia a que ella se refiriese, era un perfume de incienso. En su persona –pero únicamente en ella, por cierto– el hombre fue reconciliado con Dios. En Jesús, Dios volvió a hallar su complacencia en el hombre, y eso, además, con un incremento inefable, puesto que en Jesús el hombre es más caro para Dios que lo que hubiera podido serlo en una eternidad de inocencia adámica.
Mas en esta meditación sobre la gloria moral del Señor Jesús, con toda seguridad no he logrado captar más que una muy pequeña parte de un tema tan maravilloso. Sin embargo, podría ser, como lo espero, que consiguiera despertar en otras almas pensamientos fructíferos, y eso sería lo provechoso.
Presumo que el lector conoce la persona del Señor como Dios y hombre en un solo Cristo, como así también su obra, ese servicio de dolores o ese derramamiento de sangre cumplido en la cruz, por el cual fue consumada la reconciliación y en la cual esta es predicada para que la fe la acepte con gozo.