La Iglesia del Dios viviente n°7

El día de la ruina

El testimonio del remanente

A lo largo de las Escrituras, por grandes que hayan sido la ruina, el fracaso y la oscuridad moral del testimonio general o de los tiempos, se ve que Dios siempre tuvo algunos creyentes leales. Éstos estaban caracterizados por su genuina devoción a Dios y a sus intereses. Se habían separado de las masas corruptas e impías o de los que profesaban pertenecer a Dios pero que eran solamente creyentes de nombre. Observamos que Dios siempre se reserva testigos que brillen para Él como luces en las tinieblas. Tales testigos son conocidos como “un remanente”. Este apelativo designa a los que siguen siendo testigos de Él y de su Palabra aun cuando la mayoría se haya apartado no sólo de Él sino también de su Palabra, corrompiéndose con los males de la época.

Varias veces encontramos en la Biblia la expresión «remanente». Esdras, en su oración de confesión a Dios, dijo: “Ha habido misericordia de parte de Jehová nuestro Dios, para hacer que nos quedase un remanente libre” (Esdras 9:8). En Ezequiel 6:7-8 Dios dijo: “Y los muertos caerán en medio de vosotros… mas dejaré un resto (remanente), de modo que tengáis entre las naciones algunos que escapen de la espada”. Y el apóstol Pablo, hablando del pueblo de Israel, dijo: “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia” (Romanos 11:5). Éstos son unos pocos ejemplos del empleo del término “remanente” en la Biblia.

Así como en el Antiguo Testamento hubo siempre un remanente de creyentes verdaderos y leales, así también lo hay en el Nuevo Testamento. Vemos que entre la ruina y la apostasía de Israel y de la Iglesia, Dios siempre tiene un remanente de creyentes fieles con los que se comunica y se manifiesta de un modo especial. De tal manera, en el día de la ruina y la apostasía de la Iglesia profesante, los que quieren ser fieles al Señor y a su Palabra no son más que un remanente pequeño dentro de la vasta masa que profesa ser cristiana.

Características generales

Por lo tanto, es provechoso y estimulante para todos los que deseen ser fieles al Señor en estos postreros días de la Iglesia, que estudien las características de los remanentes. Así se darán cuenta de cómo los remanentes de creyentes leales de todas las épocas fueron sostenidos y estimulados en los días malos. En estas páginas hay espacio para solamente algunas de las características de unos pocos remanentes de antaño.

Primeramente podemos afirmar que la existencia de un remanente manifiesta el fracaso de lo aparentemente cristiano (o judío) en cuanto a ser un verdadero testimonio para Dios. Si todos fueran fieles, no habría fundamento para distinguir a unos pocos de la gran mayoría de los que llevan el nombre de cristianos. El remanente de cualquier época siempre será identificable por constituirlo quienes sienten y confiesan el fracaso y la ruina comunes al testimonio general pero que cuentan con Dios y se adhieren a su Palabra mientras andan separados del mal.

Se verá también que, cuanto más grande sea la ruina del testimonio exterior de los que se dicen cristianos, tanto más rico será el despliegue de la gracia divina en el remanente. Cuanto más profunda sea la lobreguez del día, tanto más luminoso será el resplandor de la fidelidad individual hacia Dios. El hombre siempre ha fracasado en cuanto a mantener lo que Dios le ha confiado. Pero Dios es siempre fiel, misericordioso y cumplidor de sus promesas; siempre mantiene un testimonio para sí mismo. Éste es el hecho que encontramos cuando hacemos un estudio de los remanentes de la Escritura.

Lo arriba citado es un inmenso aliento para todo fiel hijo de Dios que siente y reconoce el naufragio y la ruina de la Iglesia profesante. Es de veras una fuente de estímulo tener la seguridad de que, por mucho que haya fracasado la Iglesia, no ha disminuido el privilegio del creyente de brillar en tales circunstancias. Éste puede gozarse de mantener una comunión tan completa y preciosa con Dios y de andar en una tan alta senda de obediencia y bendición como fue posible en los días más resplandecientes de la historia de la Iglesia.

En el día de Ezequías

En 2 Crónicas 30 tenemos la narración de un avivamiento ocurrido en los días de Ezequías. Esto sucedió cuando la unidad de la nación se había fraccionado y las condiciones eran muy deficientes en Israel. Tanto lo eran que, cuando el rey proclamó la celebración de la pascua e hizo pasar pregón por todo Israel para que todos acudiesen, solamente pocos se humillaron y correspondieron a la cita. La mayoría desdeñó el llamado riéndose y haciendo objeto de toda clase de burlas a los mensajeros. Los obedientes celebraron con gran regocijo la pascua en el segundo mes y la fiesta de los panes sin levadura. “Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén” (v. 26).

La gracia de Dios vino al encuentro de aquellos de entre su pueblo que reconocieron haber pecado y abandonado a Dios y tomaron su lugar de humillación delante de Él. Hubo mucha debilidad para obedecer la Palabra de Dios, pero el Señor fue misericordioso, les bendijo ricamente y les dio un gran avivamiento. No se consideraron como «los aprobados de Dios», ni creyeron ser algo. Simplemente tomaron un lugar de humillación y confesión delante de Dios y procuraron obedecer a su Palabra. Como resultado, experimentaron gran regocijo y alegría, algo que no se había visto en Jerusalén desde los días de Salomón, hijo del rey David. ¡Qué ejemplo y aliento para los verdaderos creyentes de hoy día!

Daniel y sus compañeros

En la historia de Daniel y sus compañeros (libro de Daniel), tenemos otro ejemplo de un remanente de creyentes fieles en un día de ruina y maldad. Jerusalén y el templo, allí donde Dios había puesto su nombre, yacían en ruinas y el pueblo de Israel había sido llevado cautivo a Babilonia. No obstante, aquel pequeño grupo de hombres piadosos permaneció fiel a la Palabra de Dios aun dentro del ambiente contaminante y abominable de la idolatría de Babilonia. Se separaron de todo ello y soportaron el horno de fuego y el foso de los leones antes que faltar a la verdad de Dios.

Se propusieron en su corazón no contaminarse. Oraron fervientemente a Dios y recibieron la revelación de Sus secretos. Daniel sentía la gran ruina del testimonio y los pecados de Israel y lo confesó a Dios. Se identificó con todo ello, diciendo: “Hemos pecado, hemos cometido iniquidad” (Daniel 9:5). Contó con las misericordias de Dios e imploró su gracia, confiando en sus promesas. El resultado fue un despliegue de poder y una maravillosa revelación profética. Ésta es realmente una lección maravillosa para nosotros en el día de la ruina de la Iglesia.

Los días posteriores al cautiverio

En los libros de Esdras, Nehemías y Hageo tenemos la historia de un remanente que aprovechó la oportunidad de salir del cautiverio en Babilonia para volver a Jerusalén. Su propósito fue el de reconstruir el muro que rodeaba a la ciudad. No fueron más que un pequeño y débil grupo de entre toda la nación de Israel, los que tenían el deseo de adorar a Jehová. Cuando regresaron a Jerusalén no pretendieron ser Israel mismo, pero mostraron por medio de sus actos que sentían las responsabilidades de toda la nación de Israel. Esto se vio cuando edificaron “el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés” (Esdras 3:2). También “colocaron el altar sobre su base” y “celebraron asimismo la fiesta solemne de los tabernáculos, como está escrito” (Esdras 3:3-4).

Su primera preocupación fue la de adorar a Jehová, para lo cual volvieron al orden divino e hicieron “como está escrito en la ley de Moisés”. No establecieron algo nuevo, sino que volvieron a lo que Dios había establecido antes. Colocaron el altar sobre su base, es decir, donde había estado anteriormente. Celebraron la pascua “con todos aquellos que se habían apartado de las inmundicias de las gentes de la tierra para buscar a Jehová Dios de Israel” (Esdras 6:19-21). De manera que fueron un grupo separado del mal, dedicado a Dios y dispuesto a recibir a aquellos que asimismo se habían separado del mal. Cuando más tarde hubo fracaso y el pecado entró en medio de ellos, lo confesaron, temblaron delante de Dios y quitaron el mal (Esdras 9:10; 10:11-12). Esto confiere ánimo y constituye un ejemplo precioso para nosotros en nuestro día de ruina.

En el libro de Malaquías vemos a este mismo remanente algunos años más tarde. Estaban en la posición divina1 delante de Dios, pero su estado o condición era muy malo y penoso. No obstante, hubo entre ellos algunos fieles al Señor que consiguieron Su aprobación. Fueron, por decirlo así, un remanente dentro de un remanente. De ellos leemos: “Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre” (Malaquías 3:16). Cómo reconforta leer acerca de tal grupo dentro de la terrible escena del mal. Qué estimulante es leer respecto de estos hombres que honraron y amaron al Señor y encontraron en Él su centro y su deleite. Para ellos fue escrito un libro de memoria, de lo cual nunca oímos nada en los días gloriosos de Moisés, Josué, David o Salomón. Podemos aprender mucho de este remanente de los tiempos de Malaquías.

  • 1N. del T.: Es decir, estaban en la tierra prometida, adorando en el templo de Dios, separados de males paganos y teniendo con ellos la Palabra de Dios.

En el Nuevo Testamento

En la epístola de Judas, donde se señalan los pasmosos males de la cristiandad apóstata, hallamos que se habla de un remanente cristiano. En efecto, el autor se dirige a este remanente en el versículo 1. “Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Jacobo, a los llamados, santificados en Dios Padre, y guardados en Jesucristo”. Dentro del mal y las corrupciones que les rodeaban, son exhortados a edificarse sobre su santísima fe, a orar en el Espíritu Santo, a conservarse en el amor de Dios y a esperar la misericordia del Señor Jesucristo (v. 20-21), exhortaciones que ya consideramos en un pasaje anterior.

A continuación están las hermosas observaciones de C. H. Mackintosh relativas a este remanente y a lo que debería hallarse en el remanente cristiano de la actualidad:

«Aquí, pues, tenemos una vista preciosa del verdadero remanente cristiano y de la conducta a observar por los individuos que de él forman parte. No hay pretensión, ni reclamación de derechos, ni se ensalzan como algo grande. Tampoco hay esfuerzo para pasar por alto el hecho triste y solemne de la ruina entera e incurable de la iglesia profesante. Es un remanente cristiano dentro de las ruinas de la cristiandad, fiel a la Persona de Cristo, fiel a su Palabra y unido en amor, el verdadero amor cristiano. No es un amor de secta, partido o camarilla, sino el amor en el Espíritu, amor hacia todos los que sinceramente aman a nuestro Señor Jesucristo. Es el amor que se expresa en devoción verdadera a Cristo y a sus preciosos intereses. Y, más aun, es un ministerio de amor para con todos los que le pertenecen y procuran manifestarle en todos sus caminos. No es descansar en una mera posición a pesar de estar uno en una mala condición, pues tal inconsecuencia sería caer en una terrible trampa de Satanás. Por el contrario, es una saludable unión de posición y condición, unión caracterizada por principios sanos y por la práctica del amor y la verdad. Es, en resumidas cuentas, el reino de Dios establecido en el corazón y desarrollándose en la totalidad de la vida práctica.

»Tal entonces es la posición, la condición y la práctica diaria del verdadero remanente cristiano. Podemos estar seguros de que, si estas cosas son comprendidas y llevadas a cabo, Cristo será nuestro rico y completo deleite y habrá plena comunión con Dios y un brillante testimonio. Esto será tan visible como lo fue en los días más gloriosos de la Iglesia. Habrá lo que glorifique al nombre de Dios, lo que dé satisfacción al corazón de Cristo e influya con vivo poder sobre el corazón y la conciencia de los hombres. Permita Dios, en su bondad infinita, que veamos tales realidades resplandecientes en este día oscuro y malo.

»Como en el Israel de antaño, así en la Iglesia profesante el remanente estará compuesto de:

l) los que son fieles a Cristo,

2) los que están, a pesar de todo, aferrados a su Palabra,

3) los que están dedicados a Sus intereses y

4) los que aman Su venida.

»Tiene que haber una realidad viva y no una mera membresía eclesiástica o comunión sólo de nombre con esto o aquello. Además, no es pretender ser del remanente sino pertenecer de veras a él; no de una manera nominal sino conociendo en verdad el poder espiritual encerrado en él. Esto es expresado por el apóstol con las palabras, “conoceré, no las palabras, sino el poder” (l Corintios 4:19)».

Mensajes de Dios a las siete iglesias de Asia

Para terminar, deseamos llamar la atención sobre los remanentes alentados por los mensajes de Dios a las siete iglesias de Asia (Apocalipsis 2 y 3). En los mensajes dirigidos a las tres primeras iglesias no se habla de remanente. Pero, respecto a Tiatira, por primera vez encontramos un mensaje que hace referencia a un remanente. Allí también leemos por primera vez acerca de la venida del Señor. Además, vemos que ya no se busca en la asamblea el oído que oye sino en los vencedores que constituyen el remanente (véase Apocalipsis 2:24-29). Esto muestra que aquí se abandona toda esperanza de recuperar a la Iglesia profesante como un todo. Pero el remanente que se ha purificado de la doctrina de Jezabel y que ha rechazado “las profundidades de Satanás” recibe un mensaje estimulante: que retenga lo que tiene hasta que el Señor venga. Además de esto se le da la promesa de que reinará con Cristo.

En Sardis, los pocos que no han manchado sus vestiduras reciben la promesa de que andarán en vestiduras blancas con Cristo y que Él confesará su nombre delante de su Padre y de sus ángeles (Apocalipsis 3:4-5). En Filadelfia tenemos un cuadro precioso de un grupo de cristianos humildes y escasos de fuerzas pero que han sido fieles a Cristo, han guardado su Palabra y no han negado su nombre (Apocalipsis 3:7-13). En Laodicea, donde hay indiferencia hacia Cristo y una deplorable autojustificación, el Señor llama al individuo. Cristo está fuera de la puerta de la iglesia y llama:

Si alguno oye mi voz, y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo
(Apocalipsis 3:20).

En cada uno de estos mensajes a las siete iglesias hay grandes promesas a los que vencen y hacen caso de la voz del Espíritu Santo. Así sabemos que, cuando todo está en ruina, fracaso y apostasía, el Señor busca vencedores que oigan su voz y le obedezcan. Tales creyentes constituyen el verdadero remanente de la Iglesia en toda época de la historia. Quiera el Señor capacitarnos para ser vencedores y para que demos un testimonio fiel, adaptado a las necesidades del remanente en estos días postreros de la ruina de la Iglesia.