La Iglesia del Dios viviente n°7

El día de la ruina

Consejos y dirección de 2 Timoteo 2

Por grande que llegue a ser la ruina de la Iglesia, aquellos que desean complacer al Señor y obedecer a su Palabra no deben perder las esperanzas. Dios, quien permitió que el daño y el desorden comenzaran en la Iglesia en tiempos apostólicos, nos ha dado, a través de sus apóstoles, consejos y dirección amplios. Nos ha dado la luz necesaria para discernir Su senda en el día de la ruina. La segunda epístola a los Tesalonicenses, la segunda epístola de Pedro, las tres epístolas de Juan y la de Judas, todas nos dan dirección y ayuda para el día mencionado en la segunda epístola a Timoteo. Esta última trata especialmente de los rasgos distintivos de la ruina que en los últimos días caracterizará a la Iglesia. En esta epístola tenemos la luz que resplandece en medio de las tinieblas y de la confusión crecientes en la Iglesia que profesa ser cristiana. Esta luz procedente de Dios señala la senda para el alma ejercitada en medio de la ruina total.

En la primera epístola a Timoteo tenemos el orden de cosas que debe prevalecer en la Asamblea. Además, la epístola muestra cómo uno debe conducirse en la casa de Dios, la cual es la Iglesia del Dios viviente. La segunda epístola a Timoteo fue escrita más tarde, cuando el desorden y el mal habían entrado en la casa de Dios1 . Por lo tanto en esta segunda epístola se le dice a Timoteo cómo andar y qué hacer en medio de tanto desorden, maldad y abandono de la Palabra de Dios.

Cuando fue escrita la primera epístola a Timoteo, la Casa en toda su extensión era morada de Dios. Cuando se le escribió la segunda epístola, la Iglesia en la tierra se había convertido en una casa grande con vasos para honra y vasos para deshonra. Por eso llegó a hacerse necesario que el creyente se purificara de aquellos vasos deshonrosos. Esto le era preciso si tenía el deseo de ser habilitado como un vaso para honra, preparado y útil para ser usado por el Señor. Con este propósito el apóstol dirige su última epístola a Timoteo.

El tema de la casa grande de la cristiandad2 , con sus vasos para honra y para deshonra, y la senda divina para el alma fiel y según el pensamiento de Dios, se traza claramente en 2 Timoteo 2:19-26. Esta epístola es la última de las cartas divinamente inspiradas al apóstol Pablo. Fue escrita poco antes de su martirio. Por eso tenemos, especialmente en los versículos 19-26, las últimas instrucciones de Dios en cuanto a las verdades que estamos considerando y a la comunión dentro de la Iglesia, impartidas por medio del apóstol especialmente dedicado a ésta.

Por lo tanto, esta porción de las Escrituras es de mucha importancia y necesita que se le preste especial atención. Estos versículos nos dan la instrucción y la orientación divinas sobre la senda que el creyente individual ha de seguir cuando la Iglesia está en desorden, ruina y apostasía.

  • 1Es decir, en lo que profesaba o declaraba ser Su casa.
  • 2Nota del traductor (N. del T.): Aplicamos el término «cristiandad» al conjunto del que forman parte los que se autodenominan cristianos y también los que son llamados «cristianos» por el mundo. Dentro de los que se consideran cristianos están los cristianos verdaderos –nacidos de nuevo– y también los que sólo lo son nominalmente. La cristiandad es todo aquello que profesa ser cristiano.

El fundamento seguro

Antes de dar instrucciones sobre la senda divina para el creyente que toma a pechos las condiciones que deben imperar en este día de maldad, Pablo habla del seguro fundamento de Dios.

Pero el fundamento de Dios está firme (o se mantiene firme,) teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo (v. 19).

El estado de cosas en la Iglesia profesante1 era pésimo cuando Pablo escribió esta epístola a Timoteo. Algunas asambleas estaban alejándose de la verdad y ciertos individuos enseñaban doctrinas falsas y trastornaban la fe de otros. El apóstol habla de dos de estos individuos, Himeneo y Fileto, en los versículos 17 y 18.

Hechos malos y enseñanzas perversas abundaban e iban en aumento. No obstante, en medio de tal estado de confusión y de desánimo había una palabra de aliento y de consuelo. Pablo pudo escribir: “Pero el fundamento de Dios se mantiene firme” (V. M.). A pesar de la inquietante apostasía, acude a lo que es inalterable y duradero: el firme fundamento de Dios. Lo que Dios establece permanece como un fundamento inmutable y sólido. Lo que se encomienda al hombre fracasa, pero lo que es de Dios permanece intacto. El creyente puede descansar serenamente sobre aquel fundamento, por grande que se vuelva la ruina de aquella que profesa ser la Iglesia.

Previamente Pablo había escrito a los corintios: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (l Corintios 3:11). Él, el eterno Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, es aquel fundamento sólido, la roca sobre la cual está edificada la Iglesia verdadera. Contra la Iglesia así fundada las puertas del Hades no prevalecerán (Mateo 16:16-⁠18). Cristo es la piedra fundamental de la cual profetizó Isaías: “He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable” (Isaías 28:16).

Aquí, en la segunda epístola a Timoteo, no se nos dice cuál es el fundamento. El Espíritu de Dios lo ha consignado en términos generales a propósito. Sin duda el fundamento es Cristo Jesús e incluye todas las cosas inmutables y duraderas que Dios nos ha dado en Él. ¡Qué consuelo proporciona esto en el día de la apostasía, cuando los hombres malvados están socavando y destruyendo los fundamentos de la fe! “Todas las promesas de Dios son en él (en el Cristo) Sí, y en él Amén (2 Corintios 1:20). Cristo y sus promesas son el fundamento seguro para el creyente que descansa en Él.

Hay muchas cosas maravillosas aseguradas para nosotros en Cristo, tres de las cuales son especialmente prominentes y preciosas. Primero, la garantía de la presencia constante de Cristo con los suyos: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Esto es de veras una promesa preciosa para el día de la ruina. Segundo, la seguridad de la constante presencia interior del Espíritu Santo en el creyente: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre… Él mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16-17). Tercero, la permanencia de la Palabra de Dios para nosotros: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35). ¡Qué aliento y qué sustento para el creyente se hallan en la constante presencia del Hijo de Dios, del Espíritu de Dios y de la Palabra de Dios! Así fue cómo el Señor animó al remanente en días de Hageo. “Yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos. Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis” (Hageo 2:4-5).

  • 1Véase la nota 1.

El sello

Adherido al fundamento firme de Dios encontramos un sello con un lado divino y un lado humano:

Teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos
(2 Timoteo 2:19).

Éste es el lado divino. El Señor ve y conoce a cada uno que tiene una relación viva con Él y que en verdad le pertenece. El Señor conoce esto a pesar de la confusión y la maldad que ha entrado a formar parte de la cristiandad1 . En cambio, nosotros no conocemos a todos los creyentes, ni siquiera a los de un lugar determinado, pero Él sí los conoce. En la ruina actual de la Iglesia, tenemos que recurrir al conocimiento que el Señor tiene de los suyos como un recurso valioso.

El andar de algunos que profesan ser cristianos es tal que no tenemos ninguna certeza en cuanto a la realidad de su profesión. Tenemos que dejarlos con el Señor, ya que Él conoce a las ovejas de su rebaño, y a su debido tiempo manifestará quiénes son verdaderamente de Él y quiénes no lo son.

Por otra parte, los que son verdaderos creyentes y permanecen fieles al Señor muchas veces reciben mal trato. Son mal entendidos, insuficientemente apreciados, calumniados y perseguidos por el mundo o por los que profesan ser cristianos. Sufren así porque no quieren acompañar a los del mundo –ni a muchos que profesan ser creyentes– en sus malas actividades. A veces algunos juzgan y hablan mal de los que tienen convicciones bíblicas en cuanto a la Iglesia y especialmente convicciones referentes a la separación de toda forma de maldad. En tales casos uno puede hallarse solitario y despreciado aun por los que profesan ser cristianos. En tal caso es un consuelo y un estímulo saber que el Señor conoce por completo las circunstancias por las cuales uno está pasando. El Señor nos entiende cuando otros dudan de nosotros.

Pero hay otro lado del sello de Dios. Además del lado que dice: “Conoce el Señor a los que son suyos” está el lado de la responsabilidad humana que nos es impuesta:

Apártese de la iniquidad todo aquel que nombra el nombre de Cristo
(2 Timoteo 2:19, V. M.).

Cada uno que nombra el nombre del Señor y afirma ser cristiano está bajo la real obligación de seguir a Cristo en justicia y apartarse de toda forma de iniquidad. Si uno confiesa el nombre del Señor debe andar de acuerdo con ese santo nombre. No debe asociarse con iniquidad ni injusticia de ninguna clase. Como Señor, Él reclama obediencia y sumisión a su autoridad.

A través de toda la Biblia se insiste siempre en la separación del mal. Se hace hincapié en esto como una primera necesidad para la persona que en los días de la ruina quiere vivir según Dios. Mediante esta separación uno da prueba visible de la actividad de una naturaleza divina que odia el mal, ama el bien y desea obedecer y honrar al Señor. “Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien” (Isaías 1:16-17); ésta ha sido siempre la orden de Dios. El primer paso, pues, es separarse del mal. Luego Dios enseñará su voluntad y mostrará el próximo paso a dar.

Cualquier cosa que no esté sujeta a la entera voluntad de Dios es inicua. La iniquidad puede estar amparada por un sistema religioso o por alguna otra cosa; por lo tanto, la separación de tales cosas es esencial. Puede ser algo de mucha estima para el corazón humano, pero, si se opone a la revelada voluntad de Dios, es malo, y la separación de tal cosa es imperiosa, obligatoria.

  • 1Véase la nota 3.

La casa grande

Mas en una casa grande, no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y asimismo unos para honra y otros para deshonra
(2 Timoteo 2:20, Versión antigua, Reina-Valera 1909).

El apóstol aquí usa la figura de una casa grande con sus varios vasos para honra y para deshonra. Éste es un cuadro de aquello en lo que la Iglesia profesante estaba convirtiéndose cuando Pablo escribió esta epístola. Ya no era posible reconocer a la Iglesia, como “la casa de Dios… la Iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” como lo era cuando fue escrita la primera epístola a Timoteo (cap. 3:15). En aquel entonces, la Iglesia, como pilar, declaraba la verdad ante el mundo. Pero en los días de la segunda epístola a Timoteo, algunos de la Iglesia estaban enseñando doctrinas falsas. Se había introducido gente inconversa, lo que originó mucha confusión y una mezcla del bien y del mal en la casa que pretendía ser de Dios.

La que afirmó ser casa de Dios se estaba convirtiendo rápidamente en una casa grande con una mezcla de vasos. En otras palabras, la santidad y la justicia de Dios no caracterizaban a la Iglesia como antes. Había perdido su carácter de santidad y verdad. Tal fue el estado de la Iglesia profesante al final de la vida de Pablo y ese estado se ha agravado mucho desde entonces. De manera que la cristiandad es ahora, más que nunca, una casa grande en la que hay vasos mezclados, unos para honra y otros para deshonra.

Los vasos de oro y de plata son los apropiados para el servicio de la Casa de Dios. Los vasos de madera y de barro no deberían estar en su Casa. A través de Romanos 9:21-23 sabemos que los vasos para deshonra son “los vasos de ira preparados para destrucción”. Los vasos para honra son “vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria”. Así es que, hablando en forma general, los vasos de oro y de plata representan a cristianos verdaderos. Son vasos para honra, “vasos de misericordia”. Los vasos de madera y de barro simbolizan a los inconversos que están dentro de la Iglesia. Representan a aquellos vasos que tienen la reputación de ser cristianos pero que no lo son en realidad.

Sin embargo, un vaso de oro puede usarse para deshonra, como lo hizo Belsasar cuando usó los vasos sagrados en su fiesta idólatra. De la misma manera, en la casa grande de la cristiandad, donde los vasos representan a personas, puede suceder lo mismo. Un verdadero creyente puede hacer algo que deshonre al Señor, o puede asociarse con vasos para deshonra y así convertirse en un vaso para mal uso. El Señor no puede aprobar el servicio de alguien que se asocia con el mal. Por lo tanto, la condición de separarse de los vasos para deshonra, que se enfatiza en 2 Timoteo 2:21, es necesaria si uno quiere llegar a ser un vaso honroso.

Tal es, entonces, el cuadro divino de la Iglesia profesante: una mezcla impía de salvados y no salvados, de verdaderos creyentes y de falsos creyentes. Éste es el estado de la Iglesia en el día de la ruina. Todo lo que se llama cristiano es visto como una casa grande surtida con vasos de dos clases. Exteriormente cada cristiano pertenece inevitablemente a la casa exterior, por más verdaderos que sean su corazón y sus propósitos hacia el Señor, por cuanto la casa grande es todo lo que se llama a sí mismo cristiano. Pero el creyente sincero y fiel es exhortado a separarse de todos los vasos para deshonra que están en la casa, aunque él nunca pueda salir de la casa misma.

Purificándose a sí mismo

Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra
(2 Timoteo 2:21).

Cuando la cristiandad deja de responder al carácter de la Asamblea tal como Dios la formó, el individuo es llamado a permanecer fiel. Su responsabilidad es de separarse de lo que es contrario al honor de Cristo. Tales palabras, pues, son dirigidas al creyente individual y se le llama a purificarse de los vasos para deshonra mediante una separación de ellos.

Si uno quiere ser un vaso para honra y de utilidad para el Maestro, debe ponerse aparte y no contaminarse con lo que es falso, corrupto y contrario a la Palabra de Dios. Uno no puede honrar al Señor en su andar ni ser un vaso santificado para el uso del Maestro si se asocia con aquellos que le deshonran. Entre las cosas que deshonran a Cristo se encuentran la negación de su deidad o de su humanidad perfecta, el sostén de cualquier mala doctrina y la permisión para practicar la maldad. Ningún creyente puede servir al Señor de manera recta mientras mantiene una asociación con un sistema religioso o con una congregación que permite el mal o recibe como miembros a inconversos. Debe recordar que los inconversos son vasos para deshonra. Uno debe ser un vaso limpio antes de que el Señor lo pueda usar. La condición ya sentada para ser un vaso santificado, apto para el servicio del Maestro es permanecer apartado de los vasos para deshonra.

Si una asamblea no se limpia del mal que hay en ella, como se manda en 1 Corintios 5, el creyente fiel, después de haber dado el debido aviso y haber mostrado paciencia, debe salir de en medio de tal asamblea. Uno no puede sostener comunión con el mal y, a la vez, ser un vaso limpio. “Un poco de levadura leuda toda la masa” (l Corintios 5:6). “Apártese de la iniquidad todo aquel que nombra el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19, V. M.). Cuando uno está separado de la iniquidad entiende lo que es la santidad de Dios, cuáles son los reclamos que Él nos formula y cuán incompatible es su naturaleza respecto del mal.

Por supuesto, los que procuran obedecer el mandamiento de Dios en cuanto a separarse de los vasos para deshonra, de la iniquidad y de todo lo que contradice a la Palabra de Dios, a menudo sufren la oposición y la condenación de otros. Como lo fue en los tiempos de Isaías, así lo es ahora: “La verdad está caída en la calle… más aun, la verdad no se puede hallar, y el que se aparte del mal a sí mismo se hace presa” (Isaías 59:14-15, V. M.). La separación según el deseo de Dios cuesta mucho, pero también vale de mucho. El dolor de la separación y el reproche acerca de ella tienen que producirse si es que uno quiere agradar al Señor, agradarle sobre todo lo demás y serle un vaso útil. Luego uno aprende que “el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (l Samuel 15:22). El alma obediente se dará cuenta de que Dios la ha colmado de ricas bendiciones y nuevo poder.

Algunos ponen énfasis en la unidad de la Asamblea y se hacen cómplices en la tolerancia del mal. Lo hacen so pretexto de no romper la unidad ni causar divisiones. No obstante, tales pensamientos son reprendidos y descartados por las palabras del apóstol llenas de autoridad: “Si pues se purificare alguno de éstos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21, V. M.).

Cuando el fracaso y el mal se han apoderado de la Iglesia, existe un peligro. El deseo de preservar una unidad puramente exterior puede persuadir aun al creyente fiel a aceptar el mal y andar en comunión con él, más bien que romper esta unidad. Pero 2 Timoteo 2:21 establece un principio de fidelidad y responsabilidad individuales en cuanto a separarse del mal y pone este principio sobre todas las demás consideraciones. La unidad a expensas de la verdad o de la justicia nunca es buena. Es contraria a la naturaleza misma de Dios, quien es luz. En el día de la ruina la separación del mal tiene una importancia que excede en mucho a la unidad exterior.

Algunos abogan por la permanencia en una iglesia o asamblea aun si las condiciones no son rectas sino contrarias a la Palabra de Dios. Sostienen que uno debe quedarse en esa iglesia y hacer todo lo que pueda para mejorar las condiciones allí existentes. Otras veces argumentan que deben quedarse como testigos para el Señor. Pero, a la luz de las Escrituras ya consideradas, debería ser evidente para nuestros lectores cuán erróneo y contrario a ellas es tal proceder cuando se lo compara con las instrucciones que Dios nos da. Uno sólo puede ser un vaso limpio, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra cuando se ha separado de los vasos para deshonra. Entonces el Señor lo puede usar para bendición de las almas. Uno tiene que salir primero del pantano antes de poder ayudar a otro que está en él.

Durante los días malos en los cuales vivió Jeremías, Dios le dijo: “Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos” (Jeremías 15:19). A Jeremías le resultaba agradable la palabra de Dios en el corazón, y dijo: “No me senté en compañía de burladores… me senté solo” (Jeremías 15:17). Así Dios pudo usarle para separar almas preciosas de entre el mal que existía en Israel. Le usó como su boca para hablar su palabra. Pero ya no podía volver a pertenecer al círculo de personas de las cuales se había separado. “Conviértanse ellos a ti”.

Otro enérgico y claro mandamiento en cuanto a separarse se halla en 2 Corintios 6:14-18: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas?… Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. Ojalá cada lector preste atención a estas palabras de exhortación y ánimo y ande fielmente para Cristo aun en medio de las circunstancias de maldad y corrupción que abundan en la cristiandad hoy en día.

La conducta personal

Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor
(2 Timoteo 2:22).

Hemos visto en el versículo anterior que es necesario separarse de los vasos para deshonra que hay en la casa grande de la cristiandad. Sin tal separación es imposible ser un vaso limpio, dispuesto para toda buena obra. Ahora, en el versículo 22, el apóstol advierte acerca de peligros personales. Ésta es una clase de peligro que uno fácilmente pasa por alto cuando está obsesionado con lo serio de las lacras de la sociedad y lo necesario que es separarse de ellas. El apóstol Pablo exhorta al creyente, como individuo, en cuanto a su conducta personal y en cuanto a las características de la vida nueva que ha de manifestar como un vaso separado. Además de aplicarnos al lado negativo de la separación del mal, que nos es presentado en la primera parte del versículo 22 de esta epístola –o sea la necesidad de huir de las pasiones juveniles–, debemos mantener el lado positivo siguiendo la justicia, la fe, el amor y la paz con otros que actúen de igual manera.

Cuando alguien se separa de los males que existen en la Iglesia, una advertencia se impone. Es de suma importancia que el creyente examine su propia conducta, que mantenga un andar práctico acorde con la justicia, a semejanza de Cristo. Es inútil testificar contra el mal en la Iglesia y separarse de él si uno fracasa en su conducta personal. Aquellos que aún están atrapados por la misma iniquidad de la cual aquél dice haberse separado, verán su fracaso. Con razón le estigmatizarán por llevar una conducta no cristiana. Por lo tanto, el apóstol le ruega a Timoteo (y a todo creyente que quiera ser fiel) que esté en guardia. Le exhorta a que evite todo cuanto pueda contradecir e invalidar su prédica respecto de la separación del mal.

Es necesario huir de las pasiones juveniles. Además de evitar las pasiones mundanas y carnales, es preciso abstenerse de las pasiones características de la juventud. Entre éstas figuran la confianza en sí mismo, la frivolidad, la impaciencia, la falta de dependencia en el Señor, el alarde de conocimiento y el apasionamiento por la controversia. Todas estas cosas deben ser evitadas. Ya hemos dicho que son propias de la juventud, pero también pueden aparecer en creyentes de mayor edad y arruinar su testimonio. Un vaso para honra no debe ser caracterizado por estas pasiones tan típicas entre los jóvenes a causa de su autosuficiencia. Debe huir de cualquier tendencia que pueda arrastrarlo a estas pasiones y abstenerse de todo lo que manifieste la falta de un espíritu sobrio, manso y humilde, características éstas que pertenecen a una persona que anda con Dios.

El creyente separado debe seguir la justicia, la fe, el amor y la paz. Debe andar según una justicia práctica, o sea proseguir lo que es recto y conveniente delante de Dios y del hombre. Notemos que el orden es: la justicia primero, luego la fe, después el amor y finalmente la paz. La primera consideración es la justicia, no el amor ni la paz. Si uno piensa en el amor o en la paz como primera consideración, puede estar en peligro de comprometer la verdad y sacrificar la justicia1 . Por lo tanto, debemos procurar la justicia ante todo. No puede haber ninguna paz con el mal ni con los enemigos de Cristo.

Junto con la justicia, debemos propender a lo que es de la fe. Esto lo guarda a uno en comunión con Dios y en dependencia de Él. Cuando hay tal dependencia, Él sostendrá el corazón en la senda de la justicia y en la separación con respecto al mal. La fe mantiene a Dios delante del alma y evita que uno mire las cosas desde el punto de vista de las conveniencias y los razonamientos puramente humanos. La fe es necesaria para continuar firmes en la senda de la justicia. Moisés es un ejemplo de esto. Él “se sostuvo como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27).

Sin la fe y el amor, nuestra decisión de seguir la justicia tiende a convertirse en una cosa fría y legalista con un sabor farisaico. Por eso es que la fe y el amor deben estar aliados con la justicia. En el versículo que estamos considerando (2 Timoteo 2:22), la fe viene antes del amor. La razón es que el ojo tiene que dirigirse hacia Dios, la fuente del amor, antes que pueda haber verdadero amor cristiano en actividad. El amor tiene que ser resguardado por la justicia y la fe. No puede existir ningún amor verdadero sin obediencia. El amor verdadero hacia Cristo y hacia las almas nos impulsará a andar en la justicia y la fe.

Si la fe es activa, Dios estará delante del alma, su amor llenará el corazón, y el andar será caracterizado por el amor divino. Esto le es muy necesario al vaso para honra. Debe seguir el amor de Cristo y manifestarlo en todas sus relaciones con otros.

Luego, el resultado de seguir la justicia, la fe y el amor será la paz, la paz sobre una base de justicia. El creyente separado no debe encapricharse en su propia voluntad ni tampoco ser causa de contiendas. Más bien debe seguir “lo que contribuye a la paz”. “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 14:19; 12:18). Una persona contenciosa y difícil es una deshonra para Cristo y se manifiesta como alguien que no está siguiendo la justicia, la fe, el amor y la paz.

Los versículos 23-25 de 2 Timoteo 2 nos dan más instrucciones en cuanto a la conducta personal que debe caracterizar a un vaso santificado para honra. Ha de desechar las cuestiones necias e insensatas que engendran contiendas. No debe ser contencioso con nadie “sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen”. El argumento y la contienda referente a la verdad o sobre cuestiones necias no son ni de provecho ni de utilidad. La verdad de Dios debe ser proclamada de una manera clara, amable y enseñada con toda paciencia, delicadeza y mansedumbre, aun a aquellos que se oponen. El siervo del Señor no debe ser contencioso con los que resisten a la verdad.

Tales son las instrucciones para la conducta personal de creyentes que quieren agradar al Señor y ser vasos santificados y útiles para honra en medio de la ruina de la casa grande que es la cristiandad. Ojalá el Señor nos dé gracia para mantener estas características.

  • 1El mal podría ser tolerado so pretexto de actuar con amor y de mantener la paz. Tenemos que seguir el amor y la paz, pero no podemos tener paz a expensas de la justicia.

Con quiénes debemos asociarnos

Si volvemos al versículo 22 de 2 Timoteo 2, notaremos que el creyente no sólo ha de seguir la justicia, la fe, el amor y la paz como individuo, sino que debe hacerlo “con los que de corazón limpio invocan al Señor”. Se le anima a que siga estas virtudes con otros que busquen las mismas cosas y que invoquen al Señor con corazón puro.

De esta manera el creyente fiel es exhortado a practicar la amistad con otros que también se hayan separado de los vasos para deshonra. Ya que él, por instinto divino, ama la comunión de los santos, la perspectiva de tener comunión con otros cristianos le alienta en la nueva senda a la cual le ha llamado la fidelidad hacia Dios y hacia su Palabra.

El creyente no debería tener miedo del aislamiento como resultado de la separación del mal; tampoco puede decidir quedarse solo. Dios obrará en el corazón de otros y los guiará para separarse de la iniquidad. Los guiará también en su búsqueda de la justicia, la fe, el amor y la paz, invocando al Señor con corazón puro. Con ellos debemos asociarnos en comunión cristiana. He aquí, para el verdadero creyente, la senda y el círculo de comunión según la mente de Dios en el día de la ruina.

Puede ser que haya sólo dos o tres en determinado lugar que respondan a estas características morales. Si es así, no deben ser menospreciados sino reconocidos como personas en cuyo corazón Dios ha obrado el deseo y el propósito de hacer Su voluntad. Es con ellos con quienes se debe andar en comunión feliz. W. Kelly ha escrito justamente: «El que no tiene afecto para con dos o tres, no puede ser más que un peso muerto aun si está en medio de diez mil».

Las multitudes parecen gran cosa al espíritu mundano, pero no deben influir sobre uno que quiera ser fiel a Cristo. El Señor vio esto de antemano y en su gracia proveyó para afrontar las condiciones que se han producido en los días oscuros de la Iglesia profesante. Por eso prometió: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Él sabía que la situación llegaría hasta tal punto que se hallasen en un lugar solamente dos o tres que estuvieran dispuestos a responder a sus condiciones y obedecer a su Palabra. A los que se reúnen en Su solo nombre, Él les ha garantizado su presencia de una manera tierna y amorosa. ¡Qué promesa más consoladora y preciosa! ¿Qué más se podría desear?

El aislamiento, es decir la decisión de permanecer solo, sin asociarse en comunión con otros creyentes, no es la senda de Dios para ningún cristiano en ningún tiempo. Si bien es cierto que no debemos andar en sendas de maldad, también lo es que no debemos rehusar la identificación con otros creyentes. 2 Timoteo 2:22 enseña esto claramente. La voluntad de Dios es que sigamos “la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón limpio invocan al Señor”.

Tal vez en el lugar en que vive, uno no encuentre a nadie con quien pueda reunirse según las Escrituras; no obstante, seguramente el Señor le acercará a algunos creyentes de otras partes con quienes le sea posible andar en comunión recta.

Algunos piensan que las condiciones imperantes en la Iglesia han llegado a ser tan malas que no hay grupo de creyentes con quienes puedan tener comunión en justicia, etc. Por consiguiente, se mantienen aparte de todo y de todos. Sin duda alguna esto es contrario a las Escrituras. Tememos que tal actitud manifieste un espíritu de orgullo, un espíritu que se cree superior a todo el mundo y a todas las cosas. Cuando Elías pensó que era el único que estaba de parte de Dios, tuvo que aprender que había inclusive siete mil que no habían doblado las rodillas delante de Baal (1 Reyes 19:14-18). En toda época, Dios ha mantenido un remanente de creyentes fieles para testimonio de Sí mismo.

Por lo tanto, como creyente separado, uno debe tener comunión con los que se distinguen por seguir la justicia, la fe, el amor y la paz y por mantener colectivamente una pureza de corazón. Aquéllos, pues, constituyen el grupo con el cual debe andar el creyente sincero. Los que de corazón limpio invocan al Señor son aquellos que pueden ser identificados claramente por las anteriores características. Sólo a través del testimonio de la vida práctica podemos discernir el estado del corazón.

El comentarista W. T. Turpin señaló acerca de este versículo: «Lo que está en la mente del Espíritu de Dios en este pasaje es la pureza colectiva; esto es, una pureza que caracteriza al grupo. Los que se reúnen en tal asociación son los que se distinguen por la siguiente manera de congregarse: primero, sobre el terreno de la Palabra de Dios, segundo, con devoción y afecto por el Señor Jesucristo, tercero, procurando mantener Su nombre, Su verdad y Su honor mediante la no tolerancia de aquello que no le agrada. Esto es, según creo, aquello a lo que el apóstol exhorta cuando dice “los que de corazón limpio invocan al Señor”. Pureza e integridad de corazón y devoción personal hacia Cristo son las evidencias de la asociación que estoy obligado a buscar cuando, como individuo, me he purificado».

Una vez hallada esta comunión con base bíblica, debemos mantenerla con paciencia, amabilidad y mansedumbre, tal como ha sido señalado en los versículos 23-25. Hemos hablado de esto previamente en conexión con la conducta personal.

En 2 Timoteo 2 tenemos en verdad dirección consoladora y suficiente para el día de la ruina. El Señor nos ayude a que el lector y el que escribe sean encontrados en esa senda cuando Él venga.