La Iglesia del Dios viviente n°7

El día de la ruina

El naufragio descrito en Hechos 27

No deja de tener importancia el hecho de que el libro de los Hechos, el cual comienza con la formación de la Iglesia el día de Pentecostés y sigue con una narración de su poder y progreso en los días tempranos, tenga que concluir con detalles del viaje de Pablo a Roma, el que termina en un naufragio y el encarcelamiento del apóstol en la capital del imperio. Creemos que la detallada descripción de este viaje, del naufragio y de la reclusión de Pablo, apóstol especial de la Iglesia, nos da un cuadro simbólico de la historia de la Iglesia profesante1 desde su gloria y poder apostólicos hasta sus últimos días de ruina, naufragio y esclavitud por parte de la Roma papal. Seguramente el Espíritu de Dios no registraría todos los detalles de este viaje y el naufragio si no tuvieran más valor que el meramente histórico. Él quiere que dispongamos de instrucciones espirituales además de hechos históricos, porque “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar” (2 Timoteo 3:16).

Nuestro propósito no es señalar todos los detalles simbólicos de este viaje que encuentran su contraparte en la historia de la Iglesia profesante. Antes bien queremos que el relato de ese viaje nos sirva de estímulo y dirección para andar en la senda correcta en este día de ruina de la Iglesia, preanuncio del naufragio que va a ocurrir. Señalaremos primeramente, sin embargo, unas pocas cosas que nos dan un cuadro típico del viaje de una Iglesia que va cuesta abajo.

  • 1Véase la nota 1.

Pasos hacia un naufragio

Aquí, como en otras partes de la Palabra, el significado de los nombres es la llave que da acceso a la instrucción espiritual. El nombre del pueblo en el que comenzó el viaje era “Adrumeto”, que quiere decir «no en la carrera». Hebreos 12:1-2 nos habla de la carrera que hemos de correr hacia la meta celestial. Es evidente, por lo tanto, que cuando la Iglesia dejó de correr la carrera hacia la meta celestial y se radicó en la tierra, emprendió un viaje que terminará en un naufragio.

En el versículo 2 leemos de un tal Aristarco que estuvo entre los pasajeros de a bordo. Su nombre significa «el mejor gobernador», pero no oímos más de él durante el resto del viaje. El mejor gobernador para la Iglesia es el Espíritu Santo, pero su gobierno y guía fueron descartados por la Iglesia profesante. La organización y la regla humanas sustituyeron a la dirección del Espíritu de Dios. Los versículos 3 y 4 relatan que estuvieron en el puerto de Sidón por corto tiempo y navegaron bordeando la isla de Chipre porque los vientos eran contrarios. Sidón quiere decir «tomando la presa» y Chipre significa «flor». Esto sugiere cómo la Iglesia se radicó en el mundo, acumuló posesiones y se abocó a la naturaleza, la vieja creación, en lugar de constituir la nueva creación en Cristo Jesús.

La segunda embarcación usada para continuar el viaje pertenecía a Alejandría, un puerto egipcio. Egipto nos habla del mundo en su independencia de Dios. La Iglesia rápidamente se asoció con el mundo y comprometió sus principios en vez de andar en separación de él. Este barco es el que más tarde habrá de hacerse pedazos enteramente. Durante el viaje, el apóstol Pablo advirtió a todos del desastre que se avecinaba, pero no hicieron caso de sus consejos. Asimismo también la Iglesia ha tenido las advertencias de los apóstoles, consignados para nosotros en las Escrituras, pero la Iglesia profesante no les ha hecho caso. Va acercándose a la ruina y a un seguro naufragio.

Ninguna esperanza de recuperación

En seguida leemos acerca del viento huracanado que se levantó y de los esfuerzos hechos para preservar la nave. Esta tempestad puede referirse a la oposición que Satanás ofrece a la Iglesia.

Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos (v. 20).

Todo era oscuridad y no había esperanza de salvación; tal es la perspectiva de la Iglesia profesante hoy día. La oscuridad de las enseñanzas perversas, la apostasía y la ruina moral van en aumento y no hay esperanza de recuperación alguna. Las Escrituras proféticas nos señalan tal escena de oscuridad y maldad en los días finales de la cristiandad1 . La segunda epístola a los Tesalonicenses (cap. 2), la segunda epístola a Timoteo (cap. 3), la segunda epístola de Pedro (cap. 2) y la epístola de Judas describen estos días de oscuridad, de maldad en aumento y de condiciones incurables.

  • 1Véase la nota 3.

Pablo anima y testifica

Pero dentro de la oscuridad hay ánimo y estímulo para los que de veras pertenecen al Señor. Durante la tempestad, el ángel de Dios apareció a Pablo, diciéndole que no temiera. Le dijo que era necesario que compareciese ante César y que Dios le había concedido la vida de los que navegaban con él (v. 22-25). Así vemos otra vez que el Señor nunca desampara a los suyos, sino que les anima aun en los días de ruina y desesperanza. Asimismo nosotros debemos darnos cuenta de la presencia del Señor en el día de la ruina y la oscuridad que nos rodean, y tener esperanza.

El Señor animó y esforzó a Pablo con su presencia y su mensaje de confianza. Luego Pablo exhortó a sus compañeros para que tuvieran buen ánimo y les dio testimonio acerca del Señor. “Ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo”. Nótese que declaró con claridad a quién pertenecía y a quién servía. Así debe testificar todo creyente ante aquellos con quienes tiene que relacionarse, hablándoles de la salvación, la seguridad y el regocijo que hay en Cristo. Además testificó: “Porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho”. Con claridad declaró su fe en la Palabra de Dios. Dentro de la incredulidad y apostasía de estos tiempos nosotros también debemos decir a hombres y mujeres: «Creo a Dios. Todo sucederá conforme lo declaran las Escrituras». Sea que la gente crea a la Biblia o no, debemos declarar sin rodeos: «Yo creo a Dios» y prevenirles del juicio venidero.

Hubo también aliento para Pablo en la promesa de Dios en cuanto a que le había dado la vida de todos los que navegaban con él. Al aplicar esto de manera espiritual al día de hoy, no es necesario que quedemos solos y desesperados. Debemos testificar fielmente acerca del Señor y contar con Dios para que nos dé almas que nos acompañen hasta el puerto celestial. No debemos empeñarnos en recomponer la decadencia, la tenebrosidad y la ruina de la Iglesia y permanecer abatidos por la falta de éxito en la empresa. Tenemos que andar con el Señor, anunciando el mensaje de ánimo y salvación en Cristo y buscar almas para que sean salvas y viajen con nosotros.

El barco iba a perecer, como se le dijo a Pablo, pero no habría pérdida de vidas. Asimismo, la Iglesia profesante –como barco de testimonio– terminará en un naufragio, pero el Señor rescatará de él, para sí mismo, a todo creyente verdadero. Todos los que pertenecen a Cristo y creen a Dios como Pablo lo hizo, llegarán con seguridad a la tierra de Emanuel.

Cuatro anclas

Y temiendo dar en escollos, echaron cuatro anclas por la popa, y ansiaban que se hiciera de día (v. 29).

Así fueron guardados de las rocas y del naufragio durante la noche. Aquí tenemos un ejemplo importante y una ilustración del camino de seguridad que tenemos en medio de las tempestades que desata la oposición de Satanás. Hay muchas rocas a nuestro alrededor que harían naufragar nuestra fe si chocásemos contra ellas. Al escribirle a Timoteo, Pablo le encargó que mantuviera “la fe y buena conciencia, desechando la cual (la buena conciencia) naufragaron en cuanto a la fe algunos” (l Timoteo 1:19).

Asimismo, para ser guardados y preservados durante la noche oscura de la apostasía, necesitamos tener nuestras almas firmemente amarradas a cuatro anclas. Creemos que la epístola de Judas al retratar la oscuridad de los últimos días de la Iglesia, nos señala lo que corresponde a las cuatro anclas de las que se habla en Hechos 27:29.

Después de hablar de la apostasía y maldad horrendas, Judas se dirige a los creyentes y les dice que hagan cuatro cosas (v. 20-21): “Pero vosotros, amados,

l)       edificándoos sobre vuestra santísima fe,

2)      orando en el Espíritu Santo,

3)      conservaos en el amor de Dios,

4)      esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”.

Éstas son cuatro cosas necesarias para el día malo; son actividades del alma, fuertes y prácticas, las cuales nos guardarán de las peligrosas rocas que nos rodean y del naufragio de nuestra fe.

Primero, tenemos que edificarnos sobre nuestra santísima fe. Necesitamos aferrarnos a la verdad en todo su poder santificador y preservador y no reducir las normas de la verdad en lo más mínimo. A los ancianos de Éfeso, Pablo les pudo decir: “Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia” (Hechos 20:32). Es la Palabra de Dios la que nos sobreedifica y nos hace fuertes y firmes. Debemos alimentarnos de ella, obrar según ella y sobreedificarnos con ella teniendo como base nuestra santísima fe. Esto es una verdadera ancla para nuestras almas.

En segundo lugar, necesitamos el ancla de la oración: orar “en el Espíritu Santo”. Ésta es la acción espiritual más importante que pueda emprender cualquier creyente. Orar en el Espíritu es el complemento necesario al hecho de alimentarnos de la Palabra; mantiene fresca el alma delante de Dios y en comunión con Él. Para que haya oración en el Espíritu debe haber un andar en el Espíritu y, además, el ejercicio del auto-juicio. La oración es para el cristiano un recurso y una fuente de poder en todo tiempo. Es el sostén y el ánimo especiales en los días oscuros de la ruina y el desorden.

En tercer lugar, necesitamos conservarnos en el amor de Dios. Haciéndolo, tendremos una verdadera ancla para nuestra alma en el día del poder de Satanás y de su maligna actividad. Conservarnos en el amor de Dios no quiere decir que debamos amar a Dios, cosa que ciertamente debemos hacer. Significa mantener nuestra alma en el goce de su amor. Es lo mismo que mantenernos bajo la luz del sol, fuente de salud, calor y buen ánimo. En el amor de Dios hay salud, calor y buen ánimo espirituales. Esto quiere decir que siempre debemos tener confianza en Dios y nunca dudar de su amor, no importa cuáles sean las circunstancias o pruebas. Nada puede alterar su amor hacia nosotros, ni aun nuestros fracasos. Pero, para disfrutar de su amor, tenemos que andar en el Espíritu, a fin de que haya en nuestra alma la constante certeza de su amor. Satanás siempre procura hacernos dudar del amor de Dios interponiéndose entre nuestra alma y Su amor. Si nos mantenemos inmersos en el incansable e invariable amor de Dios, ello anclará firmemente nuestra alma contra todo viento y toda ola de Satanás y nos preservará del naufragio.

Como una cuarta ancla se nos exhorta a que esperemos “la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”. Es reconfortante tener, a lo largo del camino, la brillante perspectiva de la misericordiosa venida del Señor Jesús para llevarnos consigo. Esta venida nos introducirá en la plenitud de la vida eterna. A causa de la gran necesidad que se padece durante este día malo, a causa de la aflicción y la falta de fuerzas, su venida será una misericordiosa liberación de los suyos de toda la ruina de la Iglesia y también del mal que les rodea. Por eso la esperanza de la misericordia del Señor, especialmente en su venida, es una verdadera ancla para el creyente. Nótese que echaron cuatro anclas y ansiaban que se hiciera de día. El día de la venida del Señor es la esperanza y la brillante perspectiva de la Iglesia verdadera.

Aquellas anclas nos mantendrán inamovibles a pesar de la tempestad que continúa rugiendo durante esta noche de la ausencia de Cristo. Además de esas anclas, tenemos la de Hebreos 6:19-20: “La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor”. Esta ancla está ligada a nuestro Señor Jesús en el santuario celestial.

Volvamos a Hechos 27 y notemos que, mientras el barco estuvo anclado, fue preservado. Pero, cuando al día siguiente abandonaron las cuatro anclas en el mar y dieron en un lugar donde se encontraban dos mares, su barco encalló. Así se produjo el naufragio. Esto ilustra para nosotros la importancia de estar anclados y muestra que, cuando se desechan las anclas, muy pronto sobreviene el naufragio espiritual. Si, como individuos, abandonamos una de estas anclas provistas para nosotros –o todas ellas– el resultado no puede ser otro que el desastre espiritual. La cristiandad1 ya está abandonando las anclas de que nos habla Judas 20 y 21. Muchos han abandonado la Biblia y ya no creen que ella sea la infalible Palabra de Dios. Se han apartado de la fe, han dejado de orar, no conocen el amor de Dios y no alientan la esperanza de la venida del Señor ni la desean con ansia. Dentro de poco habrá un naufragio y Dios repudiará la embarcación completamente.

Todos en el barco llegaron a tierra en tablas, etc., y después de tres meses entraron en un tercer barco. Éste tenía por nombre “Cástor y Pólux”, nombres de los hijos de Júpiter, guardianes de la navegación, según la mitología pagana. En este barco hicieron el viaje a Roma, en donde Pablo fue hecho prisionero. Puede ser que esto simbolice lo que se enseña en otras partes del Nuevo Testamento: l) cómo la iglesia apóstata terminará en la idolatría pagana de la gran Babilonia y el anticristo; y 2) cómo la verdad revelada a Pablo también será encarcelada por Roma (Apocalipsis 13, 17-18).

Quiera el Señor ayudarnos, a quienes le conocemos, a dar testimonio de Él dentro de la apostasía y ruina de la cristiandad, a buscar almas para que naveguen con nosotros, a asirnos bien de las anclas y a esperar de veras la venida de Él.

  • 1Véase la nota 3.