Himno a la grandeza y gloria de Dios

Salmos 96

Después de exhortarse a sí mismos: “Cantemos…, adoremos…, postrémonos” en el Salmo 95, los fieles de Israel invitan ahora a toda la tierra, incluso a la naturaleza, a imitarlos: “cantad…, bendecid…, adorad” (v. 1-2, 9). El día vendrá en que los pueblos paganos arrojen sus ídolos y las familias de las naciones den al Señor “la gloria y el poder” (v. 7). Para expresar este homenaje, los redimidos no aguardan el reino del Señor. “A él sea gloria e imperio…”, pueden exclamar desde ahora (Apocalipsis 1:6). Porque no es solo la manifestación de las glorias de Cristo la que puede hacer surgir en ellos esa alabanza. La majestad, la magnificencia, el poder y la hermosura del Rey de toda la tierra son todavía invisibles, se hallan ocultas en el santuario celestial (v. 6). Pero el grande y continuo motivo de adoración del creyente es el amor de su Salvador: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre…” (Apocalipsis 1:5).

Este salmo fue compuesto y cantado en ocasión de la vuelta del arca –figura de Cristo– en medio del pueblo de Israel (1Crónicas 16:23-30). Mas el Señor volverá no ya para salvar sino para juzgar al mundo (v. 13; comp. Juan 3:17; 5:22). “Él juzgará a los pueblos en justicia…” (o rectitud; v. 10); “al mundo con justicia y a los pueblos con su verdad” (o fidelidad; v. 13; Salmo 45:3-4).

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"