A diferencia del israelita de los postreros tiempos, el cristiano debe guardarse de todo deseo de venganza (Romanos 12:17 y sig.). No por eso deja de sufrir a causa del mal y de la injusticia que reinan en este mundo, en el que la soberbia (v. 2), la impiedad (v. 3), la arrogancia, la vanagloria (v. 4), la opresión y la violencia (v. 5-6) tienen libre curso. El creyente no puede atravesar esta tierra y permanecer insensible a lo que ve todos los días. Cuanto más conciencia tenga de la santidad de Dios, tanto más aborrecerá el mal (Salmo 97:10). Por esa razón, Cristo, el hombre perfecto, sufrió más que nadie. Véale en Marcos 3:5 “entristecido por la dureza de sus corazones”. Y él mismo fue el objeto de la suprema injusticia (v. 21).
A menudo la comprobación de ese mal que nos rodea produce en nosotros una multitud de pensamientos penosos: ¿No ve Dios estas cosas? ¿Por qué no interviene?… En respuesta a esas preguntas, generalmente el Señor no nos da explicaciones, pero sí nos da siempre “consolaciones” (v. 19). Al abrirnos los ojos para que apreciemos la maldad del mundo, Dios nos ayuda a separarnos de este. Es para unirnos más a él y para que nuestra esperanza se vuelva más ferviente. ¡Ojalá las consolaciones de lo alto puedan hacer siempre las delicias de nuestra alma!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"