Hallamos a Etán ezraíta, como a Hemán –autor del salmo precedente–, entre los sabios a quienes solo Salomón superaba (1 Reyes 4:31). Ambos pertenecían a la familia de Zara, hijo de Judá. Pero sus disposiciones de espíritu eran muy distintas. Mientras que Hemán solo hablaba de hoyos profundos y de lugares tenebrosos, de ira y de terrores, las palabras que se repiten sin cesar en el salmo de Etán son las de misericordia y fidelidad. Estos caracteres divinos son recordados y celebrados como para responder precisamente a la angustia que llenaba el salmo precedente. Es como si Etán hubiera escrito este “masquil” (o “instrucción”) a fin de reanimar la fe de su hermano. Así, dos amigos creyentes tienen el privilegio de alentarse uno a otro a tener confianza (Proverbios 27:17; 1 Samuel 23:16). Dios es bueno; Dios es fiel; así es cómo le conocemos y nuestra fe se apega a este Dios incluso cuando los acontecimientos parecen, a veces, contradecir esa bondad y esa fidelidad (leer 1 Corintios 1:9; 10:13). Si miramos a las circunstancias, a menudo tendremos miedo, pero si pensamos en el Señor y en su fiel amor, nunca nos desalentaremos.
Los versículos 3 y 4 aluden a las promesas aseguradas a David y a su descendencia, es decir, a Cristo (2 Samuel 7:16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"