Este salmo traduce los sentimientos y las oraciones del residuo de Israel cuando las naciones hayan invadido a Palestina y profanado el templo. Los fieles se lamentan: son objeto de burla y escarnio por parte de sus vecinos (v. 4; comp. Salmo 80:6; 44:13). En nuestros países, en los que la opresión de otrora hizo lugar a la tolerancia religiosa, la burla queda como una de las armas modernas de la persecución. El creyente fiel será tildado de fanático, de orgulloso o de iluminado. No escaparemos de ella si queremos permanecer separados del mundo. Sin embargo, además de los enemigos de fuera, el creyente que no está liberado de sí mismo puede tener que habérselas con acusadores internos. Estos son los antiguos pecados que vuelven a la memoria, pues la prueba es frecuentemente la ocasión para un penoso examen de conciencia. Entonces el alma que siente su miseria (final del v. 8) implora las compasiones de lo alto: “Ayúdanos, oh Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre… y perdona nuestros pecados por amor de tu nombre” (v.9).
Nuestra posición cristiana de redimidos es muy distinta, pero, como Él es fiel y justo para con su Hijo Jesucristo, también por causa de su nombre Dios perdona nuestros pecados y nos limpia de toda maldad (1 Juan 1:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"