El “por qué” con que empieza este salmo se parece a la gran pregunta con la que se abre el Salmo 22. Pero el hecho de que Israel fuera rechazado –por un tiempo– tiene un motivo que este pueblo terminará por comprender: sus propios pecados (Zacarías 12:10); el desamparo de Cristo, en cambio, fue causado por nuestras transgresiones.
En este tercer Libro de los salmos no se trata solo del remanente de Judá sino también de los fieles de las doce tribus. También contra estos se encenderá su furor, el que, no obstante, no será “para siempre” (v. 1; Salmo 30:5). Estos afligidos creyentes consideran las ruinas del santuario, la cesación del culto público… y miden el poder de los adversarios. No reciben ninguna señal por parte de Dios para alentarlos; comprenden que, al contrario, él permitió semejante desolación. Sin embargo, confían en Él, quien es su “Dios… desde tiempos antiguos”, y recuerdan todo lo que Él hizo en otros tiempos para liberar a su pueblo. “Acuérdate…” repiten los versículos 2, 18 y 22. Saben que ellos son sus redimidos y, por consiguiente, el enemigo que atacó a Israel y a su culto en realidad afrentó e injurió a Dios mismo (v. 10, 18). Este asunto Le concierne y no dejará de defender Su propia causa (v. 22).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"