Envidiar a los incrédulos

Salmos 73:1-14

El tercer Libro de los salmos empieza con una serie de once salmos de Asaf. Era él quien, en tiempos de David, dirigía el canto y lo acompañaba con címbalos (1 Crónicas 16:5). El Salmo 73 nos cuenta su penosa experiencia. Al comparar su suerte con la de hombres impíos, Asaf se siente muy desalentado. Le parece que, bajo forma de disciplina, Dios reserva penas y tormentos a los que le temen, mientras los ahorra a los arrogantes y a los impíos cuyo odioso retrato nos presentan los versículos 3 y siguientes. El fiel se amarga y se atormenta (v. 21). No está lejos de acusar a Dios de injusticia e indiferencia. Si las cosas son así –piensa él– ¿de qué sirve limpiar mi corazón?

De un modo general, a cada uno de nosotros nos ha ocurrido envidiar a los que pueden gozar, sin contrariedad, de todo lo que ofrece la existencia, sin dejarse detener por el temor de Dios. Todos los jóvenes creyentes que estudian, conocen compañeros que tienen a la vez mucho dinero y principios relajados. Dios quiera que no olviden sus propias riquezas (las que no se miden con la escala de los valores humanos) y que recuerden que la esperanza que les pertenece hace de ellos, no los más miserables (1 Corintios 15:19) sino los más felices de todos los hombres.

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"