Como el Salmo 34, este salmo se sitúa en el momento de la triste experiencia de David en Gat (1Samuel 21:11-15).
Los versículos 5 y 6 evocan al Señor en sus relaciones con los que se reunían para observarle y sorprenderle, y que torcían sus palabras (Mateo 22:34; Lucas 11:53; 20:20). A tal maldad Jesús respondía mediante la confianza en su Padre. ¡Imitémosle! No obstante, para confiarse en Dios, es menester conocerle primeramente. Generalmente un niño pequeño no pone su mano en la de un desconocido. Ahora bien, es la Palabra la que nos revela a Aquel en quien podemos apoyarnos; por esa razón el fiel exclama dos veces: “En Dios alabaré su palabra; en Dios he confiado” (v. 4, 10-11).
Los malos observan los pasos de los creyentes (v. 6), pero Dios cuenta esos mismos pasos (v. 8). Sabemos que Él conoce el número de los cabellos de sus cabezas (Mateo 10:30); y aquí le vemos preocuparse por cada una de las lágrimas de sus hijos, incluso las más secretas. Así, pues, si en mis idas y venidas tuviera que encontrar una trampa armada por el enemigo, Aquel que libró mi alma de la muerte eterna guardará también mis pies de caída (v. 13; Salmo 94:18; 116:8; Judas 24).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"