Este salmo empieza casi con las mismas palabras de los Salmos 51 y 56: “Ten misericordia de mí, oh Dios…”. Porque la gracia divina es mi recurso tanto contra el mal que me rodea como respecto del pecado que está en mí (Salmo 51). Así los enemigos se llamen Absalón, filisteos o Saúl… Satanás o el mundo, el seguro refugio de mi alma está “en ti”, Señor Jesús, “en la sombra de tus alas” (v. 1). En semejante abrigo no temo lo que sale de la boca de los hombres ni la red armada a mis pasos (v. 4, 6; comp. Salmo 91:3-4). La afirmación del versículo 2: “Dios… me favorece” es el equivalente del versículo 28 del capítulo 8 de la epístola a los Romanos:
Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan (obran o trabajan) a bien
(Romanos 8:28).
La fe nos lleva a creer, luego a hacer la experiencia de que “todas las cosas”, incluso las más contrarias a nuestros propios pensamientos, son dirigidas por Dios con miras a nuestra bendición.
Pero, en este salmo, el creyente está más preocupado por la gloria de Dios que por su propia liberación (v. 5 repetido en el v. 11 y Salmo 108:5). Esta fue la oración del Señor a propósito de la cruz que tenía ante sí: “Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:28). Esto también debe ser nuestro primer objetivo en cada circunstancia de nuestra vida.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"