Apremiado por los impíos que le persiguen con furor, presa de angustias y de “terrores de muerte” (v. 3-4), el fiel no responde por sí mismo a “la voz del enemigo”, sino que se vuelve hacia Dios. Es lo que siempre tenemos que hacer, en lugar de replicar a palabras envenenadas… pero no para pedir venganza, como David en estos versículos. Proféticamente, los salmos nos transportan más allá del actual tiempo de la gracia, a los días en que el reino será establecido a través del juicio de los inicuos. La maldad del mundo no alcanza hoy la intensidad que conocerá en aquel terrible período. Está aún detenida, frenada por la presencia del Espíritu Santo en la tierra (2 Tesalonicenses 2:6-7).
Sin embargo, los caracteres descritos en este salmo ya se manifiestan: violencia y rencilla (v. 9), iniquidad y pena (v. 10), maldad, fraude y engaño (v. 11). El redimido no puede sentirse a sus anchas en semejante mundo. Como el fiel del residuo de Israel, suspira por el lugar del tranquilo reposo (v. 6), por la casa del Padre que es su esperanza y el tema de su cántico:
Pronto, ¡adiós, cosas terrenas!
Lejos de aquí, alas tomaré
hacia las mansiones eternas,
hacia Jesucristo, mi Señor, iré.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"