El buen Pastor ha dado su vida por las ovejas (Salmo 22; Juan 10:11). Ahora, él va delante de ellas. Las apacienta con ternura; nada les falta, puesto que él está ahí, responsabilizándose por ellas. Las ovejas, esas criaturas débiles y dependientes que nos representan, experimentan cada día los cuidados del pastor (Isaías 40:11; 49:10). Lo demuestra el simple reconocimiento: nada me ha faltado (Lucas 22:35), pero la fe afirma: nada me faltará (al menos nada necesario para mi alma, pues ella es confortada – v. 3).
El Señor Jesús me pastorea junto a aguas de reposo, pero también me guía por sendas de justicia; lo debe hacer por amor de su nombre.
A partir del versículo 4, la oveja se dirige a él directamente:
Tú estarás conmigo (v.4).
Con esta compañía, incluso el valle de sombra de muerte ya no es temible. La vara y el cayado de ese buen Pastor me tranquiliza; él me protegerá, incluso de mis propios extravíos. Puedo, sin estar aterrorizado por la presencia de enemigos poderosos, sentarme a la mesa real donde mi lugar ha sido preparado. No para una invitación ocasional, sino todos los días de mi vida (comp. 2 Samuel 9:13). Y eso en la casa del Dios de bondad y de misericordia –mi Padre– donde yo habito por fe, esperando el momento de morar en realidad para siempre.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"