En el Salmo 22 hallamos un Salvador. Es el pasado, la cruz en la que todo empieza. El Salmo 23 corresponde al presente: hacemos la experiencia de lo que es un Pastor. Finalmente, el Salmo 24 nos abre el porvenir: contemplamos ahí al Rey de gloria.
Todos estos salmos son de David, hombre que conoció el rechazo y el sufrimiento, pero que fue también pastor de Israel (2 Samuel 5:2) y glorioso rey en Sion. El Salmo 24 empieza por la afirmación de los derechos de Jehová sobre la tierra. En ella fue erigida la cruz (Salmo 22). Actualmente es un valle sombrío (Salmo 23). Pero pronto Jehová establecerá su trono sobre ella. “El mundo y los que en él habitan” tendrán que reconocer a Este a quien pertenecen y someterse a su dominación.
Algunos se decidirán bajo obligación, pero sometiéndose “con lisonjas serviles” (Hebreo: me mentirán; ver Salmo 66:3, V. M.), como lo anuncia el Salmo 18:44. En lo que nos concierne, demos desde hoy al Señor Jesús la obediencia del amor. Para participar del Reino, los súbditos deben poseer determinados caracteres (v. 3-6). Jesús los promulgó desde el principio de su ministerio (comp. v. 4 con Mateo 5:8). Él era el Rey, el Mesías de Israel, pero su pueblo lo rechazó; por eso salió, llevando su cruz (Juan 19:5, 17). Contemplémoslo ahora entrando como el mismo Jehová, el Rey de gloria, en su reinado de bendición.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"