Más que ante ninguna otra porción de las Escrituras, es menester acercarse a esta con “los pies descalzos”, pues contiene el más insondable de los temas: los sentimientos y las oraciones de Cristo durante las horas de la cruz. Primeramente expuesto a la maldad de los hombres, sufriendo por la justicia, Él conoce luego, durante tres horas de impenetrables tinieblas, el desamparo de su Dios Fuerte. Completamente solo, el Hombre perfecto atraviesa esa sin igual prueba con el único sostén interior de su maravilloso amor. No cesa, ni por un instante, de confiar en Aquel que por un momento no le puede dar ninguna respuesta. Proclama públicamente su oprobio y su flaqueza (v. 1, 2, 6), pero sin nada que se parezca a la impaciencia, a la desesperación, ni a una reacción defensiva.
En la cruz el hombre se reveló por entero, mostró hasta dónde era capaz de llegar en su odio, su violencia, su cinismo, su bajeza moral (v. 6-8; 12-13; 16-18). Pero, en el mismo momento, también Dios reveló todo lo que él es como expresión de justicia perfecta contra el pecado y de amor perfecto hacia el pecador. La cruz lo magnificó todo. ¡Ojalá que esta contemplación de Jesús muriendo por nosotros produzca en nuestras almas humillación y agradecimiento, amor y santo recogimiento!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"