En el Salmo 20 los fieles se habían dirigido a su Rey. Ahora hablan al Dios de ese Rey (v. 1-7). ¡Tema que agrada al corazón de Dios! No olvidemos que el objeto principal del culto cristiano es presentar al Padre a Este que le es infinitamente agradable: su Hijo Jesucristo.
Las “bendiciones de bien” que son ahora suyas se ponen de relieve en contraste con los sufrimientos y los ultrajes que fueron su parte. Así es cómo a la corona de espinas le corresponde una corona de oro fino; al reparto de sus vestidos, la majestad y la honra con que Dios le viste (Salmo 45:6-8); al oprobio de la cruz, le sucede la gloria de su resurrección (v. 4). El que fue hecho maldición por nosotros, está puesto para bendición por los siglos. Aquel de quien Dios escondió su rostro durante un momento, lleno de alegría está en Su presencia (v. 6). Entonces surge la pregunta de por qué el Espíritu no invirtió el orden de los Salmos 21 y 22. ¿No es precisamente porque Dios “ha salido al encuentro” de su Hijo con esas bendiciones ya preparadas para él y se las dio de antemano? (comp. Juan 17:4-5). Y también porque no quiere que nos acerquemos al solemne tema del desamparo de su Amado en el Salmo 22 sin previamente habernos dado a conocer sus glorias.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"