Dios ha dado al mundo más que los testimonios mencionados en el Salmo 19: un Testigo vivo, Jesucristo. El versículo 3 del Salmo 16 nos mostró el Hombre perfecto que hallaba sus delicias en los creyentes, esos “santos” e “íntegros” de la tierra. En cambio, en este Salmo 20 vemos a Cristo como centro de los intereses y de los afectos de sus redimidos.
A Este que deberá proclamar en la cruz: “Clamo de día, y no respondes” (Salmo 22:2), le dicen: “Jehová te oiga… Conceda Jehová todas tus peticiones” (v. 1-5). Además, viene la certidumbre de la fe: “Lo oirá…” (v. 6), a la cual corresponde el grito de liberación del Salmo 22:21: “Ya me has oído…” (V. M.). Solamente después los fieles interceden por ellos mismos: “Que el Rey nos oiga” (v. 9). Ojalá pudiésemos también nosotros experimentar mejor lo que fue para Jesús su abandono y su liberación y las gloriosas consecuencias que resultaron para nosotros.
Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria (v. 7).
El hombre moderno pone más que nunca su vanidad en los potentes y rápidos medios de locomoción como también en otras muchas cosas. Pero la gloria del cristiano es pertenecer a Cristo y llevar su bello nombre (Santiago 2:7).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"