Dios se ha revelado sucesivamente a través de un doble testimonio: el primero es el de su creación (v. 1-6), lenguaje silencioso pero sumamente elocuente que da a conocer hasta los términos de la tierra su poder y su sabiduría (Hechos 14:17). Pensemos en la necesaria alternancia de los días y las noches. El regular y bienhechor curso del sol que reparte a todos su luz y su calor es una constante prueba de la bondad de Dios hacia todas sus criaturas (Salmo 136:8; Mateo 5:45).
El segundo testimonio es el de la Palabra (v. 7-11). Santa, justa, buena y espiritual, aun cuando solo se trataba de la ley dada a Israel (Romanos 7:12, 14). ¡Cuánto más preciosa lo es ahora que la tenemos completa! Esta excelente Palabra instruye al siervo (v. 11) y alcanza su conciencia (la cual constituye en el interior de todo hombre un tercer testimonio). Saca a la luz tanto sus ocultas faltas (cometidas por error: v. 12) como sus pecados voluntarios: la propia voluntad, fruto de la altivez y del orgullo (ver esta distinción en el libro de los Números 15:27-30). Al principio de la epístola a los Romanos, el mismo triple testimonio de la creación (cap. 1:20), de la conciencia (cap. 2:15) y de la ley (cap. 2:17) está puesto ante el hombre para poner en evidencia su estado y conducirlo a la salvación.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"