El Señor Jesús se complace en hacernos conocer a su Dios, cuyo camino es perfecto y cuya palabra es acrisolada (v. 30; Proverbios 30:5). En la primera parte del Salmo nos enseña a invocarle en nuestras aflicciones. Aquí nos enseña a apoyarnos en Él para andar (v. 33, 36) y para combatir (v. 34-35, 39).
¿Sabemos por experiencia lo que es “estar firmes sobre nuestras alturas”? (Habacuc 3:19). Desde un punto dominante se goza de un panorama vasto y lejano (véase Isaías 33:17). Consideremos el que se nos ofrece al terminar este salmo. Las miradas se dirigen hacia el porvenir, hacia el momento en que Dios destruirá a todos los enemigos de su Hijo. En el horizonte vemos despuntar la aurora de su reinado. Será establecido no solo como Rey sobre su pueblo Israel sino también como jefe de las naciones. Con los ojos de nuestra alma contemplamos a ese gran Rey de reyes reinando con poder sobre todo el universo y quebrando con su sola presencia todas las cadenas. Era necesario para la gloria de Dios que las naciones lo alabasen, y todas lo harán durante el reinado. En verdad, desde ahora podemos cantar himnos a la gloria de su nombre (v. 49, citado en Romanos 15:9). ¡No lo frustremos!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"