De sus desdichas Job había sacado la triste conclusión siguiente: ¡Verdaderamente, no valía la pena aplicarse a ser justo, pues no había obtenido más provecho que si hubiese pecado! (véase cap. 9:22; 34:9; 35:3). ¡Ay, así descubre el fondo de su corazón! Parece darle la razón a Satanás, quien había insinuado: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (cap. 1:9). En definitiva, no es otra cosa que el razonamiento “de hombres corruptos de entendimiento… –de quienes habla el apóstol Pablo– que toman la piedad como fuente de ganancia” (1 Timoteo 6:5; leer también Malaquías 3:14).
Hasta entonces nuestro patriarca no sabía que tuviese tales sentimientos en su corazón. Conocía sus buenas acciones, pero no sus secretos motivos. Y estos estaban lejos de ser siempre buenos. Dejemos que el Espíritu nos sondee por medio de la Palabra de Dios, que discierna y ponga al desnudo las intenciones de nuestros corazones (Hebreos 4:12). Es el servicio que Eliú hace a Job al decirle la verdad. Ciertas cosas no son agradables de oír; pero…
Fieles son las heridas del que ama
(Proverbios 27:6; ver también Colosenses 4:6).
Y cuando se haya aprendido las divinas lecciones, las lágrimas, los gritos de angustia y las llamadas de socorro (cap. 19:21) cederán el sitio a “cánticos en la noche” (cap. 35:10).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"