Los versículos 23 y 24 dirigen una vez más nuestras miradas hacia Jesús, el Intérprete por excelencia, el Mensajero del amor divino. Vino para mostrar al hombre pecador el camino de la rectitud (o de su deber) o, dicho de otro modo, para llevarle a reconocer su estado y a juzgarse a la divina luz. La vida de Cristo aquí abajo tiene además este propósito: manifestar por contraste el verdadero estado del hombre. Para que Dios le perdone, un rescate era necesario. ¡Y ha sido hallado! Es la muerte de Cristo. Por medio de ella, somos liberados del hoyo de la destrucción. ¿Es todo? No; los versículos 25 y 26 sugieren la nueva vida, la comunión, el gozo y la justicia que son nuestra parte. Dios “nos hizo aceptos” (Efesios 1:6); todo esto como consecuencia de la resurrección de Cristo nuestro Mediador, y de su actual presencia en la gloria. Finalmente, en los versículos 27 y 28 hallamos el testimonio que somos llamados a rendir ante los hombres respecto de lo que Dios ha hecho por nosotros. ¡No lo olvidemos!
En el capítulo 34, Eliú está obligado a hablar de una manera severa. Al justificarse, Job había acusado a Dios de injusticia (cap. 32:2). ¡Era más grave de lo que él pensaba! En esto se había asociado con los incrédulos y los malos, y debía ser reprendido duramente (Romanos 9:14).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"