El capítulo 2 nos hace salir del palacio de Asuero. Y es para enterarnos de la existencia, en Susa y en el imperio, de un pueblo sufrido, cuya humillación contrasta con la pompa de la corte, un poco como la del pobre Lázaro era subrayada por la mesa del rico (Lucas 16:19-21). Son los judíos de la transportación. Ahí están, lejos de su patria, no teniendo más ni templo, ni sacrificios, ni rey, ni unidad nacional. No habían sentido el deseo de unirse a la subida a la tierra de sus padres (Esdras 1:3). De manera que parecen totalmente abandonados por Jehová, cuyo nombre –detalle notable– no es mencionado ni una sola vez en todo este libro.
En nuestra vida puede haber períodos en que –por nuestra culpa– perdemos el goce de Cristo. Dejamos de apreciar el valor de su sacrificio. No es el Señor sino el mundo el que predomina en nuestro corazón. ¡Triste estado! ¿Nos olvidó el Señor por eso? Por analogía este libro de Ester va a mostrarnos que no hay nada de eso.
Mardoqueo, un israelita de la tribu de Benjamín, pasa cada día delante de la puerta del palacio. Había recogido a su joven prima Ester, quien era huérfana, y aun después de haber sido ella escogida entre las candidatas a la sucesión de Vasti, vela sobre ella con abnegación (v. 11).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"