Bajo el aspecto profético, la ciudad de refugio para el homicida protege al pueblo judío que crucificó a su Mesías sin medir el alcance de su crimen (Lucas 23:34). Desde entonces, es guardado providencialmente por Dios lejos de su herencia, hasta el final del período actual, esto es, mientras Cristo es sacerdote según el tipo de Aarón.
De hecho, toda la humanidad es culpable de la muerte del Hijo de Dios. Pero, en su infinita misericordia, Dios ha dado al hombre un refugio contra su propia ira, y este refugio no es otro que la víctima misma. Jesús es Aquel “quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:10).
Cristo, representado en este capítulo a la vez por la víctima y por la ciudad de refugio, también lo es por el sumo sacerdote, cuya muerte señalaba el momento del retorno del homicida a la tierra de su posesión en plena seguridad (v. 28).
El versículo 31 afirma que ningún rescate, por elevado que fuese, podía sustituir, para el homicida, al medio de salvación que Jehová había provisto. Ni dinero, ni oro (1 Pedro 1:18), como tampoco las buenas obras (Efesios 2:9) pueden reemplazar para el pecador la cobertura que halla en Jesucristo.
En ningún otro hay salvación…
(Hechos 4:12)
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"