El crecimiento espiritual

1 Timoteo 4:12

Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. 
(2 Timoteo 3:15)

Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. 
(1 Timoteo 4:12)

Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. 
(1 Timoteo 6:11)

En estos tres pasajes el apóstol Pablo menciona tres etapas de la vida de Timoteo: niñez, juventud y hombre. Aunque estas expresiones pueden referirse al crecimiento natural, creo que también podemos considerarlas como etapas del crecimiento espiritual. Cada uno de nosotros debe pasar por la niñez, y Pablo comenta el privilegio que Timoteo tuvo de ser enseñado en las Sagradas Escrituras desde niño. Sabemos que tuvo una madre y una abuela piadosas, y que ellas se caracterizaban por tener una fe genuina. Esto es esencial si queremos crecer espiritualmente en las cosas de Dios.

En la segunda epístola de Pablo a Timoteo (la última que escribió) resalta la importancia de la Palabra de Dios. En el capítulo 1:13 lo exhorta a retener “la forma de sanas palabras”; luego, en el capítulo 4 versículo 2 lo insta a predicar “la Palabra”, en el versículo 3 menciona “la sana doctrina”, y en el 4 habla de “la verdad”. En el capítulo 3:15 afirma que las Sagradas Escrituras lo “pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”. En los versículos 16 y 17 continúa diciendo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.

Solo mediante el estudio cuidadoso de las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, podemos crecer en Cristo.

Como inspiradas por Dios, las Sagradas Escrituras pueden sondear la condición de nuestra alma, para que en nosotros se desarrollen los rasgos del hombre de Dios, preparado perfectamente para servir a Dios en este mundo.

Timoteo creció espiritualmente. Cuando Pablo partió de Éfeso, donde había trabajado durante tres años enseñando la Palabra de Dios, advirtió a los ancianos: “Después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20:29-30). Pablo necesitaba a alguien en quien pudiera confiar para que se quedara allí y mantuviera la verdad que había ministrado, y no dudó en pedir a Timoteo que hiciera este difícil trabajo. El apóstol había visto crecer y desarrollar en este joven los rasgos que lo preparaban para hacer este trabajo. Veamos cómo habla de él en Filipenses 2:20-22: “A ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio”.

La fe en Dios de Timoteo era genuina, y también lo era su cuidado por los santos. Había demostrado ser digno de la confianza que Pablo tenía en él. En un ambiente oscuro de la multitud de creyentes que se apartaban y buscaban sus propios intereses, Timoteo se preocupaba por cuidar de las cosas del Señor. Todavía era joven. Algunos habían intentado aprovecharse de esto, despreciando su juventud. Pero Pablo escribe: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”. No importaba que fuera joven si su forma de vida estaba en consonancia con la verdad que trataba de mantener.  Pero debía continuar y no descuidar el don que tenía, ni la meditación sobre estas cosas. Por eso Pablo le dice: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (v. 16). Preguntémonos: «¿Puede el Señor confiar en mí para mantener las doctrinas que hace 150 años algunos hombres de Dios recuperaron acerca de la Iglesia?». Pablo tenía esta confianza en Timoteo; que esto sea verdad también para nosotros.

Pero Timoteo no se detuvo ahí: siguió creciendo. Tuvo el privilegio de ser la única persona llamada “hombre de Dios” en el Nuevo Testamento.

Parece que Timoteo estaba desanimado cuando Pablo le escribió su segunda carta. Tal vez era tímido: Pablo recuerda sus lágrimas. Es posible que Timoteo no tuviera buena salud, pues Pablo le da consejos al respecto.

Las cosas habían empezado a ir mal en la Iglesia. Pablo estaba en la cárcel. Toda Asia le había dado la espalda. La sana doctrina no era aceptada por muchos, y algunos que una vez habían sido fieles (como Demas) se habían ido. Tal vez esto era suficiente para desanimar a un hombre como Timoteo. Pero Pablo lo exhortó a seguir adelante: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. Así que a este hombre de Dios se le ordena: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado”, y otra vez: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros”.

Muchos de nosotros hemos heredado una gran riqueza de la verdad que nos ha sido transmitida por hombres piadosos que ahora están con el Señor. La pregunta que podemos hacernos, es: «¿Hemos crecido espiritualmente para poder mantener, en nuestros días, lo que estos hombres de Dios hicieron en su tiempo?».