Todo

Colosenses 3:17

Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
(Colosenses 3:17)

Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. 
(1 Corintios 10:31)

“TODO”. Esta palabra no admite excusas: el Señor nos quiere cuerpo, alma y espíritu, para la gloria de Dios. No nos pide algunos momentos aislados de nuestra vida, sino toda nuestra vida, con todos sus pormenores. Quiere presidirlo todo, contarlo todo, animarlo todo.

«¡Qué Amo más exigente!», dirá el incrédulo. Y lo es aún más de lo que se supone. Él nos pide: “Dame, hijo mío, tu corazón” (Proverbios 23:26), es decir, no solo nuestra actividad, nuestro vigor, sino su misma fuente. Porque él tiene el más sagrado y manso derecho sobre los suyos: el de su amor, que le hizo entregarse a sí mismo para rescatarnos.

¡Qué Amo más misericordioso! Ser sus siervos es la verdadera y única libertad, porque él rompió el despiadado yugo del pecado que pesaba sobre nosotros, para que sirvamos “al Dios vivo” (1 Tesalonicenses 1:9). Todo lo que no se hace para el Señor es una pérdida, pero en él todo es ganancia. Aquí nuestra felicidad y la gloria de Dios están íntimamente unidas. ¿Qué es el mundo, sino la vana búsqueda de la felicidad sin Dios? ¿Y cómo conseguirá el hombre ser feliz sin Dios?

“TODO”. No permitan que su vida se divida en múltiples partes: una para Dios, con el Señor, y las demás sin él. No hay término medio: se sirve al Señor, o se sirve al mundo y a su príncipe, Satanás.

Alguien dirá: «Usted exagera, eso no son más que palabras. En la vida hay tantas cosas que se relacionan solo con la tierra y que no tienen nada que ver con la vida espiritual». Ahora bien, una vez más la Palabra de Dios es tajante y absoluta: “TODO”. En este conjunto no se puede introducir la menor cosa, ninguna grieta puede partirlo, no podemos quitarle nada.

«Bueno, eso es imposible –dice otro–. La prueba es que muchos cristianos mayores no cumplen estos mandamientos como es debido». Amados jóvenes, la experiencia de sus mayores sobre este punto no hace más que confirmar la verdad de la Palabra: no les dirán que han cumplido todo para el Señor, sino que expresarán el pesar por no haberlo hecho, y confesarán que todo lo que no tuvo a Cristo como fin, en realidad fue una pérdida.

Sin tardar, examinen detenidamente –nadie puede hacerlo por ustedes– los móviles reales de todas sus actividades.

Por ejemplo, su cuerpo: hay que alimentarlo, asearlo, vestirlo; pide descanso, sueño, cuidados en caso de enfermedad, etc. Todo esto es tan natural que no se les ocurre hacerlo para el Señor. Pero hay personas que siempre están preocupados por sí mismas, por su salud, su apariencia, su peso y sus vestidos. Algunos practican deportes propios para hacer resaltar armoniosamente su cuerpo. Otros, al contrario, descuidan sus cuerpos a tal punto que llegan a ser asquerosos para los que los rodean. Para el cristiano, todo lo que se refiere a este punto estará regulado si recuerda que su cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19-20). Entonces lo tratará como algo que está consagrado al Señor, sin idolatría ni negligencia alguna, dando gracias a Dios por ello.

Otro ejemplo es su trabajo: poco importa que sea manual o intelectual, que se desarrolle en el campo o en el taller, en la oficina o en la tienda. ¿Con qué fin lo hacen? Si es para enriquecerse, su trabajo viene a ser una fuente de tentación y de codicias dañinas, como lo dice 1 Timoteo 6:9 a “los que quieren enriquecerse”. Otros obran como si el trabajo tuviese su propio fin en sí, y piensan, equivocadamente, que no hay nada más noble que una vida consagrada al trabajo. Otros, por su parte, consideran que su trabajo no es suficientemente valorado, que han hecho demasiado por lo que les pagan. Aprendamos más bien a ver en nuestro trabajo diario un medio para servir al Señor. Hagamos nuestra tarea para él, convencidos y agradecidos de que por este medio él provea a nuestras necesidades y a las de nuestras familias.

Queridos jóvenes, muchos de ustedes están haciendo un aprendizaje, estudian para la profesión que desempeñarán algún día. Todo esto es necesario y muy lícito; pero más allá del oficio, o mejor dicho, por medio del mismo, deben servir al Señor. Solo teniendo esta meta podrán instruirse útilmente, formarse y cultivarse.

Que Cristo sea todo para nosotros

Desde luego, no se trata de someterse a una ley. Con razón la juzgarían dura e inaplicable. Dejen que Cristo posea verdaderamente sus corazones, que él sea todo para ustedes, así todo les será fácil. Quizás tengan que renunciar a ciertas cosas que les parecían indispensables. A los ojos del mundo esto representa un empobrecimiento. Pero no se preocupen, poco a poco se agregarán más cosas que llenarán su vida con un verdadero gozo. La vida cristiana, lejos de ser decadente o limitada, es una vida enriquecedora. Con un celestial destello, Cristo viene a iluminar las cosas más insignificantes de esta tierra.

Dejen que Dios mismo, en su infinita sabiduría, oriente su corazón y su espíritu. Existen muchas cosas «en las que no hay ningún mal», pero de las cuales no se podrá afirmar que son hechas por fe y para la gloria de Dios. Seguramente se les planteará la cuestión de elegir una u otra carrera, de asistir a tal concierto, leer tal libro, ir a un partido, salir a comer o realizar este negocio. Si no pueden hacerlo para el Señor, dando gracias a Dios, es más provechoso dejarlo de lado. No esperen a tener unos diez o veinte años más para verse obligados a exclamar: ¡Cuánto tiempo he malgastado! Rediman desde ahora ese tiempo que vuela tan rápido, y denle todo su valor, utilizándolo TODO para el Señor.