Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
(2 Timoteo 3:16-17)
Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.
(2 Pedro 1:20-21)
Por inspiración se entiende lo que ha sido inspirado por Dios. “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). Por lo tanto, las Escrituras son una revelación de Dios; su poder y su autoridad para nuestros corazones y conciencias emanan de este hecho. Si la Escritura no fuera la Palabra de Dios, ella no tendría más valor para nosotros que los escritos de hombres honestos. Pero ella es la Palabra de Dios, por consiguiente, llega a nosotros con la autoridad, el amor, la sabiduría y la santidad de Dios. Aunque sus páginas nos llevan a tiempos remotos antes de que el tiempo existiera, e igualmente nos conducen al estado eterno, y a pesar de que algunos de sus libros fueron escritos hace más de tres mil años, la Biblia no se parece a ningún otro libro, porque siempre es actual.
Si usted toma un libro cualquiera, escrito hace doscientos años, solo tendrá paciencia para leer unas pocas páginas. Pero la Biblia, como hemos dicho, aunque fue escrita hace miles de años, sigue siendo actual. Lleva consigo una frescura y un poder para el corazón y para la conciencia, como ningún otro libro puede hacerlo. Ningún cambio en el mundo y en la humanidad puede afectarla. Ella nos advierte contra los “hombres” y sus “filosofías”, contra el ritualismo y sus imponentes ordenanzas, contra la tendencia a apegarnos a la “tradición” en lugar de aceptar la autoridad de Cristo. Se dirige al corazón y a la conciencia; siempre instruye y bendice a los que creen y reciben su mensaje.
Los incrédulos no pueden comprenderla, ya que solo “por la fe entendemos” (Hebreos 11:3). Solo los que creen experimentan su bendición. “La comunión íntima del Señor es con los que le temen” (Salmo 25:14); tenemos “gozo y paz en el creer” (Romanos 15:13). Para el racionalista, la Escritura es inexplicable; para el incrédulo, ella abunda en errores; para el intelectual, hay inexactitudes y contradicciones. Sin embargo, estas personas ignoran que Dios dijo: “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios… y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
La Biblia es el único libro que nos dice exactamente lo que somos; incluso discierne los pensamientos y las intenciones de nuestro corazón. Esto demuestra que es divina, pues solo Dios escudriña el corazón. También revela verdaderamente a Dios, de modo que cuando la aceptamos, tomamos conciencia de que Dios se interesa por nosotros. “El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría” (1 Corintios 1:21). Hay gran variedad de aspectos en los que se nos presenta al Hijo de Dios, quien vino al mundo para salvar a los pecadores: su gloria personal, su perfección moral, su obra consumada, su andar, sus palabras, su vida, su muerte, su resurrección, su ascensión, su glorificación, sus oficios presentes, sus juicios y reinados futuros. Estas verdades principales de la Escritura dan a la Biblia su carácter divino. Además, su unidad lleva el sello de la divinidad, como ninguna otra cosa podría hacerlo.
La uniformidad de las diferentes partes, las figuras del Antiguo Testamento que tienen su realización en el Nuevo, la multitud de declaraciones proféticas del primero que se cumplen en el segundo, el inmenso número de citas que el Nuevo Testamento toma del Antiguo, para probar la veracidad de las doctrinas enseñadas, se combinan para darle un carácter divino irrefutable. “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu… y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).
Si no tenemos la Palabra de Dios, no tenemos ninguna base para la fe, y somos sacudidos con una incertidumbre irremediable. Pero en la Palabra de Dios, en su autoridad, los que creemos en Jesús tenemos la certeza de la salvación eterna. Con base en la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo, ella nos da la seguridad de que nuestros pecados son perdonados, que tenemos vida eterna, que somos hijos de Dios, y que no seremos condenados (Hechos 10:43, Juan 3:36, Gálatas 3:26, Romanos 8:1). Si se nos pregunta por qué creemos en nuestro Señor Jesucristo, por qué tenemos tanta certeza en cuanto a nuestras bendiciones presentes y eternas, nuestra respuesta será: Porque Dios lo dice en su Palabra, y la fe no necesita otra autoridad para confiar, ni otro descanso para el corazón y la conciencia.
Toward the Mark
VISTO Y LEÍDO
Para poder aprovechar plenamente la lectura de la Palabra de Dios es necesario que los cristianos aprendamos a dejar resueltamente a un lado todo nuestro saber. En las cosas de Dios, si la erudición humana aspira a otro papel diferente al de una sirvienta, no será más que un montón de harapos: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Corintios 2:12-13).
Vida cristiana