Los perfumes del santuario

Éxodo 30:22-38

En el verdadero culto conviene ofrecer a Dios –con un fuego puro– un incienso limpio y santo, es decir, presentarle, por el Espíritu, la excelencia de la persona de Cristo. Al final del capítulo 30 del Éxodo, que trata del altar de oro y de la fuente de bronce, se mencionan el aceite de la santa unión y el incienso aromático (v. 22-38).

El aceite de la santa unción (v. 22-33)

Es una figura del Espíritu Santo que da a los adoradores testimonio de los sufrimientos de Cristo. Se hallaba compuesto por cuatro sustancias distintas: mirra, canela aromática, cálamo aromático y casia.

I.- La mirra excelente nos habla de los sufrimientos de Cristo. Es una savia que gotea de las cortaduras o heridas hechas en el árbol que la produce. Fue uno de los perfumes que los magos ofrecieron al Niño acostado en el pesebre de Belén (Mateo 2:11), a Aquel que había venido al mundo para sufrir y morir en una cruz. Fue también uno de los perfumes del bálsamo preparado por Nicodemo cuando, con José de Arimatea, pusieron en un sepulcro nuevo el cuerpo de Aquel que acababa de pasar por los sufrimientos indecibles del Calvario, dando su vida para la salvación de los pecadores y para la gloria de Dios (Juan 19:39).

Notemos también que la mirra será uno de los perfumes que esparcirán su fragancia en el día de su gloria, cuando se realice lo que escribió el salmista:

Mirra, áloe y casia exhalan todos tus vestidos; desde palacios de marfil te recrean
(Salmo 45:8)

II. La canela aromática proviene de la corteza de un árbol de la familia del laurel, llamado también «árbol oloroso»; siempre verde, exhala un olor muy agradable. Es la imagen de Cristo, hombre perfecto en la tierra, de quien se desprendía sin cesar un perfume de agradable olor a su Dios. “Tu nombre es como ungüento derramado” (Cantares 1:3).

III. El cálamo (o caña) simboliza la flaqueza humana: delgado y frágil, es emblema de debilidad. En esta forma Cristo como hombre anduvo aquí en la tierra. Caminaba, como verdadero hombre, sufriendo tal contradicción de pecadores contra sí mismo (Hebreos 12:3), no teniendo lugar donde reclinar la cabeza, pasando hambre y sed. Verdadero hombre, se hallaba en el huerto de Getsemaní, en agonía, “y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle” (Lucas 22:39-44). ¡Qué perfume más excelente para Dios! ¡El perfume de cálamo aromático! En cierto modo, puede decirse que la canela aromática y el cálamo aromático son inseparables (doscientos cincuenta siclos de cada uno –quinientos siclos de mirra excelente y de casia). Las perfecciones de Cristo como hombre le granjeaban la oposición del mundo, y mientras llevaba y sufría tal oposición en la flaqueza que aceptó al hacerse hombre, el perfume del cálamo aromático subía hacia Dios.

IV. La casia es el fruto de un árbol grande y frondoso: simboliza la grandeza y dignidad de Cristo. ¡Cuán majestuoso será cuando se realicen las palabras del salmista! (Salmo 45:8). Por otra parte, ¡cuánta dignidad hallamos en su humillación! Todas las escenas de los evangelios reflejan aquella grandeza del hombre Cristo Jesús, ¡Dios manifestado en carne!

De tan sublimes cosas el Espíritu Santo quiere llenar nuestros corazones, especialmente cuando nos hallamos congregados en el Santuario para adorar al Señor. Quiere ocuparnos de Cristo en todos los aspectos, simbolizados por la mirra excelente, la canela aromática, el cálamo aromático y la casia, para que nuestros corazones puedan rendir el culto que Dios espera de nosotros, haciendo subir hacia él un perfume de olor suave.

El incienso o especias aromáticas (v. 34-38)

Se componía de perfumes que solo se perciben en el cielo. Eran cuatro: estacte, uña olorosa, gálbano aromático e incienso limpio o puro. Es una tierra santa en la cual debemos andar descalzos... “cosa sagrada para Jehová”, que solo él puede apreciar. “Cualquiera que hiciere otro como este para olerlo, será cortado de entre su pueblo” (v. 37-38).

I. La estacte representa, en los sufrimientos de Cristo, lo que se halla escondido a los ojos humanos. ¿Quién, sino solo Dios, puede comprender lo que Cristo padeció como hombre aquí abajo, el Justo en medio de los injustos, la luz en medio de las tinieblas? ¿Quién puede imaginar lo que fue para él el combate que sostuvo durante la noche solitaria en Getsemaní? ¿Quién medirá la intensidad de sus sufrimientos en la cruz, de parte de los hombres, y luego cuando fue abandonado por Dios, desde la hora sexta hasta la hora nona? ¡Solo Dios puede sondear tan inmenso abismo de dolores! ¡Qué perfume más excelente subía hacia él, mientras veía a su Hijo amado pasando por tales sufrimientos!

II. La uña aromática –perfume que despide, cuando se quema, la concha de una especie de almeja que solo se encuentra en el fondo del mar–, nos habla de Aquel que tuvo que exclamar, por el Espíritu profético: “Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; he venido a abismo de aguas, y la corriente me ha anegado” (Salmo 69:1-2). “Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí” (Salmo 42:7). “Me echaste a lo profundo, en medio de los mares, y me rodeó la corriente; todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí... Las aguas me rodearon hasta el alma, rodeóme el abismo; el alga se enredó a mi cabeza” (Jonás 2:3-5). Dios podía considerar, en el seno de los abismos, a Aquel que era su “compañero”, el Hijo de su amor, el gozo y las delicias de su corazón desde toda la eternidad... y un perfume de olor suave subía hacia él.

III. El gálbano, resina de una planta de África oriental, despide un olor fuerte y desagradable, y es de sabor agrio, pero aventaja a algunos perfumes con los cuales se le mezcla. De la misma manera, si Cristo es “olor de muerte para muerte”, es decir, que el nombre de Jesús es como un olor desagradable para el incrédulo, el cual no quiere que se le hable de él, es “olor de vida para vida”, es decir, para los creyentes (2 Corintios 2:15-16).

IV. El incienso puro era el cuarto ingrediente que entraba en la composición de las especies aromáticas. El incienso nos presenta, en figura, el buen olor de Cristo para Dios, la excelencia de su Persona, su intercesión y sus perfecciones. Sobre la ofrenda de presente –que era figura de la perfección de Jesús como hombre aquí en la tierra– se debía poner incienso (Levítico 2:1-2, 16); también se ponía incienso puro sobre las doce tortas que se hallaban sobre la mesa limpia delante de Jehová (Levítico 24:6-7). Las doce tortas representaban a Israel, visto en sus doce tribus y presentado ante Dios, rodeado y impregnado de la excelencia del perfume de Cristo.

El incienso también simboliza a los creyentes en su posición perfecta en virtud de la obra y de las perfecciones de Cristo. El perfume que subía hacia Dios cuando consideraba a Cristo, hombre perfecto en la tierra, es el mismo que sube hacia él ahora, cuando ve en Cristo a los que le pertenecemos como frutos de la obra de la Cruz.

Con el aceite de la unción sagrada se debía ungir la cabeza del sumo sacerdote, los utensilios del tabernáculo y a los hijos de Aarón. Esta última unción solo se podía hacer con sangre: una vez rociada la sangre de la expiación (v. 10), somos ungidos de la misma manera que Cristo, y el olor suave que sube hacia Dios es el de la cabeza de nuestro sumo sacerdote. Al ser ungidos con el mismo aceite que Cristo –aunque siga siendo cierto que él fue ungido “con óleo de alegría más que a tus compañeros” (Salmo 45:7) –, y al haber sido esparcido el “incienso puro” sobre las doce tortas y la ofrenda de presente, venimos a ser aceptos en el Amado, y así podemos adorarle en el Santuario. “Bendito sea el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por medio Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:3-6).

El incienso es figura de la intercesión y de las perfecciones de Cristo. ¡La excelencia de su Persona es lo que da tanto precio a su sacrificio! Quemar incienso sobre el altar es presentar a Dios toda la excelencia y todas las perfecciones de Jesucristo hombre, de su vida y de su muerte, de su triunfo y de la gloriosa posición que él ocupa a la diestra de Dios, coronado de gloria y honor. ESTE ES EL VERDADERO CULTO, tributado según la voluntad de Dios, en obediencia a las enseñanzas de su Palabra. Consiste en no ocuparnos de nosotros mismos: si recordamos nuestra miseria pasada y nuestras bendiciones, es únicamente para exaltar a Aquel que nos sacó del lodo y nos elevó tanto. Consiste en ocuparnos SOLO DE CRISTO, de la excelencia de su persona, de lo que fue para Dios en su vida, en su muerte y en su resurrección.

Amados hermanos, si a semejanza de María aprendiésemos siempre a los pies del Señor, llegaríamos al culto con un vaso de ungüento de gran precio, y toda la casa estaría llena de su fragancia.