José, el siervo joven en circunstancias difíciles

José, este joven vendido como esclavo por sus hermanos, estaba prisionero en Egipto. Podemos imaginarnos fácilmente a José, en medio de la oscuridad de la cárcel, sus pies lacerados por los grillos, causándole gran dolor (Salmo 105:18). Pero más dolorosa aún era la angustia de su alma. El tiempo parecía interminable, y con toda probabilidad José se sumergía en sus pensamientos. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué mal había hecho? Solo había querido mantenerse puro rechazando la propuesta inmoral de una mujer casada. ¿Era esa la recompensa por su buen comportamiento?

Las noches debían de ser especialmente duras; cuando todo estaba tranquilo, solo oía el ruido de sus cadenas al moverse. Seguramente pensaba en su amado padre, quien estaba muy lejos en Canaán, su patria. Sin duda recordaba también el maltrato de sus propios hermanos, cómo lo acosaban constantemente, y cómo al final colmaron su maldad vendiéndolo como esclavo a Egipto. Ahora estaba sentado allí en ese oscuro calabozo. Todo parecía ir en su contra.

Nos gusta pensar que entonces sus pensamientos se dirigieron hacia su Dios; y repentinamente, en la fría celda, su corazón fue reconfortado. La gente lo había decepcionado frecuentemente, pero Dios siempre había sido su fiel compañero. Aquí también, en medio de las tinieblas, sentía que la mano de Dios lo guiaba y lo abrazaba de manera protectora (Génesis 39:21; comp. con Salmo 139:8-10). Entonces confió plenamente en Dios, sabiendo que él tenía un plan para su vida. Antes, en su país, Dios le había hablado a través de sueños, dándole a entender que un día sería gobernante. Pero en ese momento no se vislumbraba nada de eso. ¿Se habría equivocado Dios? ¿Había algo fuera de control? ¡No, nunca! Dios llevaría a cabo su plan. Probablemente un poco más tarde de lo que José hubiera querido, pero lo haría.

Esperar y servir

José no hacía reproches a Dios, pero tampoco se resignaba. Quería confiar en Dios y esperar en silencio su salvación (comp. con Lamentaciones 3:25-26). Y mientras esperaba, sucedió algo extraordinario: en vez de hundirse en el sentimiento de su propia miseria, comenzó a ser útil. Aprovechó su tiempo de espera para bendecir a sus prójimos. “El Señor estaba con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel” (Génesis 39:21). El jefe de la prisión reconoció que este joven no era un malhechor, sino un hombre fiel y competente, alguien de confianza. Por eso le encargó diversas tareas y le permitió ayudarle en su trabajo diario con los prisioneros. Dios bendijo a José, y por ello se le dio más responsabilidad, de manera que el jefe de la prisión ya no tenía de qué preocuparse (Génesis 39:23).

Un día José recibió una tarea especial: debía cuidar a dos oficiales de Faraón, el copero y el panadero. Ambos habían caído en desgracia y por ello fueron puestos en prisión (Génesis 40:1-4). Todo esto era parte del luminoso plan de Dios. Detrás de esta escena estaba Dios, poniendo a José en contacto con el ambiente de Faraón.

Además de las actividades rutinarias, José ejerció un ministerio espiritual con estos dos compañeros de prisión. Cierta mañana notó un cambio en el semblante de ellos: estaban tristes y agitados. Esto no lo dejó indiferente; les preguntó y los animó a contarle su problema. Los escuchó con paciencia y cumplió la función de profeta: a través de la revelación de Dios, José supo inmediatamente lo que Dios quería decir por medio de los dos sueños. Como tenía por hábito mantener una relación personal con Dios, pudo explicar el mensaje de Dios. Interpretó los dos sueños con precisión, y tres días después se cumplieron exactamente como él lo había dicho.

Entonces brotó en José una nueva esperanza. Confiaba en que el copero, después de su liberación, hablase bien de él ante Faraón. Día tras día esperaba que la puerta de la prisión se abriese para ser liberado. Pero no sucedía nada. Su paciencia y su confianza en Dios seguían siendo puestas a prueba: solo le quedaba esperar en silencio; no podía confiar en la ayuda humana, y tampoco debía rebelarse interiormente. Lo único que debía hacer era poner el asunto en las manos de Dios.

Finalmente, después de dos años, la espera llegó a su fin, y la promesa de Dios se hizo realidad (Salmo 105:19). La puerta se abrió, José fue sacado de la cárcel y llevado al Faraón. Todo cambió repentinamente: en pocas horas el prisionero olvidado se convirtió en el poderoso gobernador de Egipto (Génesis 41).

Lo que aprendemos de ello

Dios mandó escribir esta historia en Su Palabra para nosotros. ¿Nos sentimos identificados con ella de alguna manera? Tal vez usted también se sienta tratado injustamente, o quizá su vida diaria a veces se parece a una prisión. No puede salir, nada mejora. Está esperando que la puerta se abra finalmente, que Dios intervenga y cambie la situación para bien. Pero no pasa nada, a pesar de que ora intensamente. Esperar en silencio es una de las lecciones más difíciles en la escuela de Dios. La historia de José puede animarlo, confirmándole que Dios tiene un plan para su vida, que tiene su tiempo para todo. ¡Confíe en él!

Además, el ejemplo de José nos anima a aprovechar el tiempo de espera. ¡No se rinda, manténgase activo, sirva a Dios y a su prójimo! ¡Sea una bendición en el lugar donde esté! José nos muestra que esto es posible, incluso en las circunstancias más difíciles.

Afligieron sus pies con grillos; en cárcel fue puesta su persona. Hasta la hora que se cumplió su palabra, el dicho del Señor le probó.
(Salmo 105:18-19)

En cuanto a Dios, perfecto es su camino, y acrisolada la palabra del Señor. Escudo es a todos los que en él esperan.
(2 Samuel 22:31)