Como hemos dicho, la economía actual de la gracia acabará a la venida del Señor por su Iglesia. Según lo que nos enseña el Espíritu Santo en las Escrituras, esta preciosa esperanza es la verdadera, propia e inmediata esperanza del cristiano. La primera epístola a los Tesalonicenses que fue también la primera epístola inspirada escrita por el apóstol Pablo, nos da a conocer que él predicaba la venida del Señor, como formando parte de su Evangelio. Esta predicación había tenido por consecuencia, que estos sencillos creyentes, convertidos hacia muy poco tiempo —pues Pablo había predicado entre ellos solamente durante tres semanas aproximadamente (Hechos 17:2)— esperaban de los cielos a su Hijo (de Dios), “al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:10). No es que esperasen librarse de la ira misma, puesto que poseían ya esta liberación, pero esperaban a Aquel, cuyo carácter era el de librarnos de ella.
El final del capítulo 4 es la exposición la más completa y la más detallada que la Escritura nos da de este acontecimiento. Este aspecto de la venida del Señor, llamada con razón, el arrebatamiento de los santos, no es la manifestación visible del Señor en gloria. De hecho, nada nos indica que será visto del mundo cuando él vendrá a arrebatar a su Iglesia. Cuando subió al cielo, no fue visto por nadie, con excepción de sus discípulos. Después de su resurrección, fue visto solamente por testigos escogidos a los cuales se manifestó con muchas pruebas indubitables (Hechos 1:3). Igual será para nosotros: desapareceremos del mundo, invisibles como él. ¡Qué gracia y qué privilegio para nosotros, de ser identificados con él!
En el pasaje de 1 Tesalonicenses 4, los santos son divididos en dos clases, “los que durmieron en Jesús” y “nosotros que vivimos, que habremos quedado”. Esta última expresión es repetida dos veces. Este pasaje no dice que el Señor vendrá sobre la tierra, sino que “descenderá del cielo”, y los que duermen, así como los vivos que quedan, serán juntamente arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire. Él mismo nos introducirá en la casa del Padre. Es su “voz de mando” que efectuará la resurrección de los muertos y la transmutación de los vivos. La frase que subrayamos solo se encuentra aquí en el Nuevo Testamento, y significa comúnmente la orden dada por el jefe de las galeras a los remeros o por el general a sus tropas. Es empleada aquí para la reunión de los santos, con el fin de arrebatarlos en el aire al encuentro del Señor. Los Tesalonicenses pensaban que aquellos entre ellos que estaban muertos perderían la bendición de su venida. El apóstol les enseña que no sería así, pero que, muy al contrario, los vivos no serían delanteros de los que durmieron y que los muertos en Cristo tendrían la prioridad en este acontecimiento.
El capítulo 15 de la primera epístola a los Corintios confirma esta verdad:
He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta (v. 51-52).
Es, como sabemos, una alusión militar que daba el toque de marcha al ejército, después que este estaba formado en orden de marcha. Es de notar que las dos epístolas de las cuales hablamos emplean la palabra nosotros (nosotros, los que vivimos, los que quedamos… no todos dormiremos) como si el apóstol mismo se colocase en el número de los que podrían hallarse viviendo a la venida del Señor. Es que en efecto, esta venida debe ser siempre la esperanza propia e inmediata del creyente. Por esto el apóstol añade en la epístola a los Tesalonicenses: “Alentaos los unos a los otros con estas palabras”. ¿Estamos afligidos por la salida de este mundo de nuestros muy amados? Gracias a Dios; no lo estamos “como los otros que no tienen esperanza”. El tiempo está cerca en que todos, ellos y nosotros, oiremos el grito de reunión y seremos arrebatados a su encuentro en el aire, para estar para siempre con el Señor. ¡Inefable consuelo!