Si el holocausto evoca el olor grato de Cristo en su muerte, la ofrenda vegetal corresponde a las perfecciones de su vida como hombre en la tierra. Este sacrificio no incluye, en efecto, ni víctima ni sangre, sino tan solo harina, aceite, incienso y algo de sal. –La humanidad del Señor: el grano de trigo finamente molido; –nacido y bautizado por el Espíritu Santo: machacado y ungido con aceite; –puesto a prueba por el sufrimiento de modo visible u oculto: el ardor del horno, de la sartén o de la cazuela, fue para el Padre un perfume del más alto precio. El creyente presenta a Dios esta vida perfecta de Jesús y hace de ella su propio alimento. Consideremos a este maravilloso hombre en los evangelios. Su dependencia, paciencia, confianza, dulzura, sabiduría, bondad y entrega que no variaron a través de todos sus sufrimientos, son algunos de los temas admirables que corresponden a la ofrenda vegetal espolvoreada con incienso. Era “cosa santísima” (v. 3, 10). La levadura, imagen del pecado, no entraba en ella, como tampoco la miel, símbolo de los afectos humanos. Por el contrario, la sal, símbolo de separación para Dios, que guarda de la corrupción, caracterizó la vida de Jesús, y nunca debería faltar en la nuestra (Marcos 9:50; Colosenses 4:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"