Insensible a la gracia que le había devuelto los cautivos de su pueblo, Acaz se hunde cada vez más en el mal. Ahora busca ayuda de parte del rey de Asiria. Sin embargo está escrito:
Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo
(Jeremías 17:5).
A pesar de las riquezas que da a Tiglat-pileser, despojando el templo, ese rey “no le ayudó” (v. 21). Entonces el impío Acaz agrega algo más a su pecado. Busca la ayuda –que los hombres no le dan– junto a los ídolos, dicho de otro modo, junto a los demonios (1 Corintios 10:20). Pero, evidentemente, no solo no la obtiene, sino que es la señal de su propia ruina.
Al mismo tiempo, para colmar la medida, Acaz cierra las puertas del templo, como se hace con una casa en venta o abandonada. Prohibe el acceso al santo santuario, después de haberlo llenado de suciedad e inmundicias (cap. 29:5, 16). La declaración de la Palabra es terminante: “Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él” (1 Corintios 3:17). ¡Sí, se colma la medida! Acaz muere y ni siquiera se lo considera digno de compartir el sepulcro con sus antepasados.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"