De los hechos de Asa, el versículo 11 distingue entre los “primeros”, agradables a Dios, y los “postreros”, por desgracia muy diferentes.
Baasa, rey de Israel, celoso al ver muchos de sus súbditos ir al país de Judá (cap. 15:9), construye una ciudad para impedirles el paso. Entonces Asa, en lugar de apoyarse en Jehová para detener a Baasa en su empresa, hace una alianza profana con Siria. Aparentemente es una buena estrategia, ya que produce el efecto deseado. Pero Dios no lo juzga así y reprende al rey por medio de un profeta. Su falta de confianza en Dios –y de memoria (v. 8)– lo priva de una victoria sobre los sirios. Herido en su amor propio e irritado por haber dejado escapar tan buena ocasión, Asa encarcela al que se ha hecho su enemigo por decirle la verdad (Gálatas 4:16), y oprime a algunos del pueblo. Dios lo disciplina mediante una dolorosa enfermedad. Sin embargo, esto no lo hace reaccionar. Sigue confiando en los hombres antes que en Dios, y tristemente muere sin haber aprendido la última lección. Durante treinta y cinco años sobre cuarenta, Asa había andado con Dios. Faltaron pocos años para que acabara bien su carrera. Pidámosle al Señor que nos guarde hasta nuestro último día (2 Timoteo 1:12; 4:18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"