Asa ha sido fiel. Dios lo alienta otra vez por medio de Azarías. Su Palabra es tan necesaria después del combate como antes. Porque la tendencia natural entonces es relajarse. “No desfallezcan vuestras manos”, recomienda el profeta, agregando esta promesa: “Pues hay recompensa para vuestra obra”. Estas palabras producen su efecto. Asa, lleno de energía, hace desaparecer del país las cosas abominables y restablece el servicio del altar. Este notable celo entusiasma no solo a los de Judá y Benjamín, sino también a “muchos de Israel” (v. 9). Así ocurrirá con la abnegación que manifestemos por el Señor. Alentará a otros creyentes, quizá más tímidos, a demostrar su fe. Es una experiencia por la cual muchos han pasado, particularmente en el servicio militar. Alguien dijo: «Un corazón sinceramente apegado al Señor es lo que habla a la conciencia de los demás» (W. Kelly). Asa comprende que no puede pedir al pueblo una completa purificación si él mismo no da el ejemplo en su propia casa. Y no vacila en actuar con rigor para con Maaca, la reina madre; le quita su corona y reduce su ídolo a polvo y ceniza.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"