La división de Israel en dos reinos fue un juicio de Dios. Es, pues, inútil juntar 180.000 hombres escogidos para cambiar totalmente la situación. Roboam, advertido por el varón de Dios, renuncia a su empresa y consagra sus fuerzas en construir ciudades para asegurar la protección y el abastecimiento de su pequeño reino.
Por su lado, Jeroboam tampoco está inactivo; pero en un sentido muy diferente. Por temor a perder su influencia si deja que sus súbditos suban a Jerusalén para las fiestas, establece un culto nacional idólatra, abominable a los ojos de Dios. Entonces, los sacerdotes y los levitas de las diez tribus muestran su apego a Jehová y a sus mandamientos. Dejan la tierra contaminada por los ídolos y se establecen en Judá, porque prefieren abandonar todo lo que poseen, antes que permanecer asociados a la iniquidad. Cuántos cristianos debieron y deben aún hacer lo mismo por fidelidad al Señor.
Alentados con el ejemplo de esos levitas, otros fieles pertenecientes a las diez tribus, probablemente sin dejar de habitar sus ciudades, de ahí en adelante suben a Jerusalén para sacrificar allí por obediencia a la Palabra.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"